En esta revista estamos muy comprometidos con la música y todas sus consecuencias. Todos sabemos que los artistas que más nos ilusionan, a veces, mueren. Problemas con las drogas, con la salud mental, problemas varios que muchas veces son incomprendidos hasta por ellos mismos, y por esto, descansan en un silencio que con el tiempo va creciendo hasta la inexistencia de su ser. Me gustaría que este artículo pudiera servir a quien lo pueda necesistar en este mismo momento.
En una sociedad como la de hoy, que nos empuja al silencio y a la despersonalización, me parece interesante hablar de la figura del «Testigo de Vida», en lo que se refiere a la salud mental. Esta figura cumple un papel importantísimo en nosotros. El testigo de vida sirve para validar la existencia psíquica del paciente. Para confirmar que su dolor, su historia o su vivencia han sido vistos, oídos y reconocidos por otro ser humano. Sirve para romper el aislamiento emocional, pues el sufrimiento psicológico suele vivirse en soledad. Tener, pues, un testigo de vida crea un vínculo que sostiene.
Cuando el otro escucha, la persona afectada organiza sus recuerdos y emociones en un relato coherente: «Mi vida existe porque alguien la escucha». Esta figura es especialmente importante en los traumas psicológicos: «Lo más doloroso no fue solo lo ocurrido, sino que nadie lo viera».
La ausencia de testigo produce lo que algunos autores llaman «Trauma no reconocido», «Trauma silencioso», o «Desmentida social del daño». La presencia de un terapeuta como testigo permite restituir ese reconocimiento. En este caso el terapeuta ejerce la función de testigo compasivo de la historia del paciente. No juzga ni interpreta de inmediato: primero presencia, escucha, da fe.
La figura del testigo actúa como anclaje a la realidad y como confirmación de la continuidad del yo. Ayuda a sostener la experiencia en cuanto al: «Yo existo, y alguien puede dar fe de ello». Autores como Emmanuel Levinas, Martin Buber o Jessica Benjamin han trabajado esta noción como: «El yo nace en la mirada del otro». En psiquiatría relacional, sin un testigo que reconozca, el sufrimiento tiende a volverse indecible. Con testigo puede hacerse simbolizable y curable.
En psiquiatría la figura del testigo es quien legitima la existencia psicológica del sufrimiento y del sujeto mediante la presencia y la escucha. No es un cargo ni un rol formal. Sino una función humana: la capacidad de alguien de presenciar, escuchar y validar de verdad la experiencia de otra persona. Por eso, no depende tanto de quién es ese alguien sino de cómo está. Tiene que ser alguien que sea capaz de sostener una presencia empática, sin juicio y sin desmentir la experiencia del otro.
Pueden ocupar esta figura el terapeuta, principalmente. Es el testigo por excelencia. La terapia no es solo «hablar», es ser visto por alguien preparado para ver. También lo puede ser una persona íntima significativa. Una pareja, un amigo profundo, un familiar consciente. Esto, siempre que puedan ofrecer una escucha sin minimizar el asunto: «Eso no fue para tanto». Capacidad de tolerar el dolor ajeno. Respeto por la verdad emocional del otro.
Los grupos de apoyo también sirven. En este caso el testigo es colectivo. Así, se crea una experiencia poderosa: «No solo uno me ve; varios me reconocen». Esto es fundamental en duelos, adicciones, traumas o identidades marginadas.
En literatura, poesía o canción el lector actúa como testigo. El autor se constituye en sujeto al ser leído: » Escribo para que alguien me vea». Aquí la figura del testigo se vuelve cultural y simbólica.
La pregunta es ¿quién no puede ser testigo de vida? No cualquiera aunque sea bienintencionado. No pueden serlo las personas que juzgan constantemente. Las que niegan el sufrimiento. Los que dan consejos rápidos para «arreglar» el dolor. Los que acaparan la conversación. Los que ritualizan la escucha sin comprender.
Estas personas no válidas: desmienten.
Lo esencial no es quién, sino cómo. El elemento clave es la disposición. La presencia empática, la capacidad de escucha sin juicio. El reconocimiento del sufrimiento, no apropiarse del relato ajeno. Sin estas cualidades, aunque haya cercanía, no hay testigo.
La figura del testigo puede ser cualquier ser humano que esté dispuesto a mirar el dolor del otro sin negarlo ni juzgarlo. Incluso añadiría algo más profundo: «A veces, basta con una sola persona que testifique tu historia para empezar a existir de nuevo».





















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