Ryan Murphy sigue empeñado en bucear en los más oscuros rincones de la psique humana, tanto reales como ficticios, con series como “American Horror Story”, “American Crime Story” o en la actualidad “Monstruos” que comenzó con Jeffrey Dahmer, continuando con los “Hermanos Menéndez” y que ahora llega a su tercera entrega, la más siniestra de todas.

Y lo hace con el, posiblemente, mayor monstruo que ha dado Estados Unidos como es Ed Gein que en la década de los cincuenta del siglo pasado se dedicó a perpetrar horribles crímenes, construyendo con ellos utensilios del hogar, curtiendo sus pieles para crear máscaras, lámparas o vestidos, posiblemente devorándolos o practicando la necrofilia. Un sujeto que ha trascendido el acervo popular convirtiéndose en emblema de psicópata.
Y a pesar de su horrible nombre, Gein no sale tan mal parado, ya que sin obviar sus actos si quedan matizados por la esquizofrenia que sufría y el opresivo mundo donde vivía, dominado por una madre posesiva y beata en un pequeño pueblo de Wisconsin, con una población religiosa e hipócrita. Sus creadores Ryan Murphy y el guionista Ian Brennan parecen odiar este tipo de lugares: “basura blanca” donde no hay multiculturalidad y se lamina al diferente. Aun así y aunque su discurso sea discutible sus ocho episodios se ven con agrado (o desagrado) intentando justificar lo injustificable, convirtiendo a Ed Gein en una víctima de su enfermedad, su ambiente y relaciones.
Eso sí, es interesante, quizás la mejor idea de la serie, unir las atrocidades cometidas por Gein con su “huella posterior”, tanto en el cine como en otros asesinos seriales. Así que según avanza el metraje se hibrida con los rodajes y maldiciones sufridas en el “Psicosis” de Hitchcock, “La matanza de Texas” de Tobe Hooper y “El silencio de los corderos” de Jonathan Demme. Una especie de metacine que funciona a la perfección y que se hibrida con la incomprensiblemente cancelada serie “Mindhunter”, pues su estética es innegable para presentar a los detectives Douglas y Ressler o los homicidas Ed Kemper, Richard Speck o Charles Manson. Además se sugiere que uno de los motivadores principales llegó al conocer las sevicias de Ilse Koch “La zorra de Buchenwald”, a la que el cine le dedicó varios filmes “explotation”, siendo los dos más celebrados los iniciales “La loba de las SS” y “La Tigresa de Siberia”.
Todo narrado con buen ritmo, incidiendo una y otra vez en sus manías y justificaciones, hasta que le consiguen una redención ayudando a descubrir a Ted Bundy, una “libertad creativa” no única pues también introducen un romance que casi deriva en matrimonio que, por supuesto, no sucedió así.
Así que a pesar de su controvertido discurso, merced a un “libreto engrasado”, una ambientación de altura, buena puesta en escena la realizada por sus directores Max Winkler y el propio Ian Brennan y un reparto encabezado por Charlie Hunnan (en el posiblemente mejor papel de su carrera aunque le lanzase al estrellato su protagonista en “Hijos de la anarquía”) y con veteranos secundarios como Laurie Metcalf, Leslie Manville, Tom Hollander o Vicky Krieps y la novel Suzanna Son consiguen un producto notable en algunos momentos, realizado de forma adecuado y perfecto para su público objetivo aunque con matices en lo moral.




















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