Spike Lee ha tomado El infierno del odio (1963) del maestro Akira Kurosawa para llevarla a su terreno: su ciudad de Nueva York, la cultura afroamericana, el basket y el racismo. Lo que en el maestro japonés era un sobrio ejercicio sobre la ética (un secuestro que se convierte en radiografía de las diferencias de clase, el peso de la culpa y la justicia como una balanza desequilibrada), Lee se lo pasa por el arco del triunfo. Spike Lee en Del cielo al infierno pasa muy por encima del dilema moral, va a lo suyo y rueda un panfleto para su público afroamericano. Como un DJ empeñado en remezclar clásicos del soul de los 70, convencido de que los puede mejorar. Y no.

No es que el director de Do the Right Thing no entienda a Kurosawa; es que no quiere entenderlo. Elige en su lugar una cruzada personal, la de reivindicar la cultura negra, y convierte la trama en un panfleto de denuncia racial. El único blanco en el reparto es un policía torpe y violento, cuya función parece limitarse a confirmar que el racismo policial existe. Nada nuevo bajo el sol de Spike Lee, pero sí sorprendente en un remake que pedía bisturí y recibe martillo.
A esto se suma un aspecto técnico que en Kurosawa era precisión y que en Lee parece desidia o experimento mal resuelto: fallos de raccord que desconciertan, un descarado product placement de productos de Apple (que por algo financia este desastre) y una banda sonora que se interpone más que acompaña. El uso de la música merece capítulo aparte. En Kurosawa, el silencio era tensión. Aquí, en cambio, cada silencio es sospechoso, y Lee lo rellena de inmediato con un temazo de Fergus McCreadie, Eddie Palmieri o James Brown. Como si temiera que el público, al pensar demasiado, descubriera que la trama moral se ha evaporado. El resultado es una banda sonora que tiene excesivo protagonismo, no es un mero un acompañamiento cinematográfico, es un ente que va por libre. El jazz entra y sale como un invitado borracho en una cena de gala, interrumpiendo los silencios que deberían pesar como losas.

Ni siquiera Denzel Washington, intérprete acostumbrado a levantar cadáveres fílmicos con solo una mirada, consigue aquí salvar el proyecto. En alguna escena roza la grandeza y en la siguiente se pone a rapear de man era poco convincente. El resultado final es un film indeciso, que no sabe si ser thriller o sermón. Spike Lee, otrora gran cronista de la América urbana, se pierde en sus propias obsesiones y entrega un panfleto que predica a los convencidos.




















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