Esta nueva y mastodóntica adaptación de Shōgun, la novela de James Clavell, tiene todos los atributos que se le suponen a una serie de prestigio: producción impecable, respeto por el contexto histórico, fotografía de postal… y, lamentablemente, el ritmo narrativo de una ceremonia del té de 12 horas para que el té esté frío. La serie pretende ser una sofisticada intriga palaciega en el Japón feudal, pero lo que nos entrega es una sucesión de miradas graves, diálogos lacónicos, silencios elocuentes y… poco más.

El actor principal, Cosmo Jarvis, da vida al marinero inglés John Blackthorne con una inexpresividad que roza lo sobrenatural. Su rostro (un cruce entre una estatua de sal y un boxeador con resaca) aparece inalterable durante toda esta primera temporada. Uno entiende que su personaje está desorientado en un mundo que no comprende aunque eso no debería equivaler a actuar como si estuviera esperando a que termine el funeral de su propio talento. A su alrededor, los personajes japoneses (interpretados, eso sí, con una dignidad y precisión que merecen todo el respeto) intentan mantener a flote una historia que se hunde en su propia solemnidad. Todo huele a épica, pero una épica sin músculo ni pasión. Como si alguien hubiese querido filmar Juego de tronos con la contención de Yasujirō Ozu, pero olvidando que Ozu, cuando quería, también sabía destrozar el alma del espectador.

En Shōgun la acción (la poca que hay) aparece dosificada hasta la exasperación. Cada batalla se anuncia como un cataclismo y se resuelve fuera de campo o en un par de planos entre la niebla. No se trata de pedir sangre, pero sí algo de nervio o emoción. Lo que tenemos, en cambio, es un desfile de intrigas políticas que nunca llegan a apasionar. Eso sí, Shōgun es visualmente apabullante: apabullante el vestuario, las localizaciones, el diseño de sonido, hasta el vacío es apabullante. Pero belleza no es emoción. Da la sensación de que se han gastado todo el presupuesto en vestuario y no tenían dinero para batallas. Shōgun, por muy lujosa que sea, acaba siendo una experiencia decepcionante. Y todo por la dichosa manía de alargar las series hasta la extenuación, alargando a 5 temporadas tramas que no dan más que para 1.
Shōgun se olvida de lo esencial: contar una historia que apasione al espectador.




















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