El 8 de agosto, los madrileños Sidecars, con casi dos décadas de canciones a sus espaldas, se presentaban en el Tío Pepe Festival, que presentaba un lleno espectacular para descargar su repertorio en la capital del vino fino. El Patio de la Tonelería de la Bodega Gonzalez Byass vivía sobre su suelo el peregrinaje de un nutrido grupo de fans de Sidecars que se agolpaban frente al escenario ávidos de emociones, de recuerdos sonoros que coronar. Una de las cosas que he aprendido -o intentado- cuando trato de convertirme en un observador, en un extraño en el tren, es centrar mi mirada no solo en lo que ocurre sobre el escenario sino también en la reacción de la gente, de aquellos que perciben lo que de este sale y como lo transforman en propio. Quizás la mejor señal, más allá de una disección técnica del trabajo de los músicos, es comprobar in situ el efecto el público, esa prueba fiable que es el rostro cuando se deja llevar por las emociones, los gestos corporales.
Sidecars se adueñan del escenario ante el fervor de un público que en su gran mayoría sabe a lo que va y por quien están allí y la banda se entrega desde el primer instante. Suenan los primeros acordes, comienza el ritual, como cantaba Loquillo, de Sidecars y su rock suave. La inconfundible y personal voz de Juancho Conejo conecta rápidamente con un público que corea las canciones, que las canta de principio a fin. Sidecars se sienten cómodos, agasajados y eso ayuda a que el concierto fluya de manera natural, asentado sobre la base de unas canciones que el tiempo ha ido convirtiendo en indispensables para comprender el sonido del grupo. Nos recuerdan que andan inmersos en la inevitable vorágine de festivales, de escenario en escenario y que siempre es un placer hacer parada en un ambiente más íntimo como el del Tío Pepe Festival, donde la apuesta de la organización de dedicar cada velada a una sola banda, hace que el grupo perciba desde el escenario que la masa que se agolpa bajo el, está ahí por y para ellos.
Melodías vuelan en la noche, guitarras comedidas que conocen de sobra su lugar, el buen hacer de los músicos y un teclado que gana protagonismo y añade ese plus necesario a la música que Sidecars despliegan en la noche jerezana aderezada por esa comunión artista y público que recibe con fervor canciones como «Trece», «Olvídame» o «Fan de ti» convirtiéndolo en un viaje de ida y vuelta que los músicos reciben con los brazos abiertos. Canciones, es el secreto. Llega lo que ningún fan desee, el final del concierto, bis, despedidas, cariño mutuo, caras de satisfacción. Vuelvo mirar a la gente, las sonrisas pueblan sus rostros, las miradas cómplices, los escalofríos que produce la emoción cuando no se puede ni se debe controlar. Y a fin y al cabo, ¿no es eso lo más importante?.
Fotografías de Adrian Fatou, cortesía de Tío Pepe Festival
0 comentarios