“Palacio de invierno” es la primera serie suiza producida por Netflix. Una filmografía no habitual en la historia del cine pues sus dos máximos referentes clásicos como Marc Allégret y, sobre todo, Jean Luc Godard filmaron sus obras en Francia o en la actualidad Marc Forster en Estados Unidos, así que como faro del cine helvético nos quedaría Alain Tanner desde los setenta del siglo pasado y en el presente Cristian Frei en el campo del documental.

Y esta ambiciosa serie no va a mejorar títulos como “Jonás que cumplirá 25 años en el año 2000”, “En la ciudad blanca” o “War photographer” quedando a distancia sideral de las posiblemente obras más conocidas de Tanner y Frei. Ocho episodios de unos cincuenta minutos de duración que han intentado vender como la versión centroeuropea de “Downton Abbey”, sin duda el modelo a seguir si hablamos de seriales ambientados a principios del siglo XX. Lo que sucede es que en la producción de Julian Fellowes se respeta la época en que transcurre la acción, no sólo en vestuario y ambientación sino en códigos de conducta, problema que asola casi desde el inicio a “Winter Palace” pues utiliza todos los usos y modas de la corriente “woke” actual, trasladándolo al paso entre el siglo XIX y el XX pero de forma seria, lo que consigue en más de un momento llegar al plano de la comedia involuntaria.

Una historia que nos narra las vicisitudes de un visionario restaurador que desea regentar un hotel de lujo alpino en su lugar de nacimiento. Para ello, contará con la ayuda de un noble inglés y su esposa, con la que se ha casado recientemente, para conseguir tan ambiciosa empresa. Para ello, se nutrirá de trabajadores del pueblo de Champaz y un reputado chef frente a los villanos que encarna el pastor religioso y un millonario estadounidense con siniestras intenciones.

Una narración contada de forma simple, con cierto punto de maniqueísmo y que avanza a trompicones aunque es destacable la ambientación y los exteriores, sin duda lo mejor de todo el metraje pues reflejan el fastuoso establecimiento por donde aparecen una pléyade de personajes extraños como Arthur Conan Doyle o un “descacharrante” trío musical desinhibido y liberal que proporciona algunas secuencias de vergüenza ajena, como la imposible relación homosexual de un músico con un trabajador del hotel, una orgia provocada por unas setas alucinógenas, una invasión como la del Capitolio de Washington o un “selfie” con una cámara de fuelle al coronar una montaña por dos de los protagonistas.

Unas decisiones que arruinan el trabajo de Pierre Monard en la dirección y de unos actores desconocidos en su mayoría para el público hispano, salvo Clive Standen, el Rollo de “Vikingos” en un papel histriónico aunque los protagonistas sean Cyril Metzger y una Manon Clavel al que al empoderarla en los últimos episodios le cambian el maquillaje por uno más actual, hasta con sombra de ojos. En fin, un delirio todo.

Palacio de invierno

3
by: Jose Luis Diez

by: Jose Luis Diez

Cinéfilo y cinéfago, lector voraz, amante del rock y la ópera y ensayista y documentalista con escaso éxito que intenta exorcizar sus demonios interiores en su blog personal el curioso observador

2 Comentarios

  1. Enrique

    A pesar dexsu fantástica puesta en escena y fotografia, el guión se precipita a partir del capitulo 6 y acaba estampándose contra el muro del final inacabado.

    Responder
    • José Luis Díez

      Muchas gracias, Enrique por leer la reseña y comentarla. De acuerdo totalmente con tu análisis.

      Responder

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