“El primer milagro de la vida es que la gente quiera tener hijos”. Es una afirmación dura, pero cierta en los tiempos que corren, por eso, el preciosismo que encarna este libro conecta en especial con los padres. Durante el texto, Sergio C. Fanjul explica los cambios a nivel personal y de pareja en su rutina diaria desde el nacimiento de su hija Candela. El cambio en la percepción de las actividades, aquello que aborrecíamos de niños, se convierte en un gozo visual mientras nuestras hijas las realizan. Poco a poco, y en breves reflexiones, relata las relaciones entre niños, de trayectorias aleatorias, caos y orden, además de algún choque. Así como los miedos adquiridos: “Candela era tan pequeña que teníamos miedo de que no se estuviera alimentando bien”. Llegados a este punto todo resulta una amenaza y uno siente, según la obligación de estar siempre disponible.
Se permite el autor dar espacio a la crítica, mediante la queja común de saber que no abundan en las ciudades los espacios para niños. Y también, la comparación entre su relación desde el punto de vista como progenitor y cuando era el hijo: Ocurre el cambio entre la relación padre-hijos, donde estos se mostraban con una armadura y un yelmo e interiorizaban sus sentimientos en una coraza íntima. Al mismo tiempo que las inercias culturales arrastradas durante tiempos inmemoriales, que nos decían que la madre es la cuidadora. Como contrapunto, mostrando los nuevos caminos de la paternidad, es la admiración por su compañera, su sensación de plenitud de su compañera, y el presenciar la conexión íntima entre madre e hija, haciendo de su cuerpo hogar.
Centrado, como está El Padre del Fuego, en el nacimiento y crecimiento de su hija, el asombro del periodista se centra en las cosas que damos por sentadas los adultos: “Lo que iba aprendiendo era lo que dentro de un tiempo resultaría intuitivo”. Donde llega a expresar la idea de ser los adultos quienes moldeamos las personalidades de los pequeños. Sin embargo, ya vienen con esta definida. Todo ello equilibrado con su parte más dura, por ejemplo la frustración personal, cuando explica la confusión resultante de la situaciones, porque yo quería ser un padre militante y atento, pero me costaba llegar a los estándares.
“El fuego al principio siempre es precario y débil, y puede terminarlo un mínimo viento o un soplido”. Por eso se protege para convertirlo en una hoguera sólida. Y es aquí donde radica la emotividad del texto, tan importante como las grandes biografías.
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