Pocos escenarios pueden dar tanto juego como el de un cónclave papal. Intrigas políticas, alianzas secretas, luchas de poder disfrazadas de espiritualidad… Si uno lo piensa, es el thriller definitivo. Y Cónclave, la adaptación de la novela de Robert Harris dirigida magistralmente por Edward Berger, lo explota con precisión quirúrgica. Cónclave es un film tenso, elegante y narrativamente impecable que resulta fascinante en su disección de las miserias humanas envueltas en túnicas y dogmas.
El guion es un prodigio de relojería narrativa. Nos mete en la piel del cardenal Lawrence (interpretado con maestría por Ralph Fiennes), un hombre que, tras la muerte del Papa, se ve atrapado en una maraña de ambiciones, conspiraciones y secretos inconfesables mientras los cardenales se encierran para elegir a su nuevo líder. La película funciona como un thriller político, donde la fe es solo el envoltorio de algo mucho más terrenal: la lucha por el poder. Berger maneja el suspense con elegancia, sin necesidad de golpes de efecto baratos, sino con diálogos afilados y miradas que dicen más que los discursos sobre la supuesta voluntad divina. La película deja claro que, más allá del incienso y los rezos, lo que mueve los hilos es el mismo juego de ambiciones de cualquier otro ámbito de poder. La Iglesia Católica se presenta aquí como una institución gobernada por egos, intrigas y estrategias, donde las luchas internas están a la altura de cualquier partido político. No hay intervención divina, solo hombres de carne y hueso con sus intereses y sus debilidades. Y eso es lo que hace que la película funcione tan bien incluso para un ateo: el cónclave no se muestra como un acto de iluminación espiritual, sino como una partida de ajedrez entre hombres que, en teoría, deberían renunciar a la vanidad pero que, en la práctica, la ejercen con suma maestría.
A nivel interpretativo, el reparto es impecable. Fiennes está inmenso, aportando matices a un personaje que se debate entre su integridad y la necesidad de navegar en aguas turbias. Pero el resto del elenco no se queda atrás: John Lithgow, Stanley Tucci y los demás cardenales componen un mosaico de personajes con ambiciones, miedos y secretos que enriquecen cada escena. Debo destacar los pocos pero importantes personajes femeninos de la trama. Isabella Rossellini está bien aunque su nominación al Oscar por un papel tan breve me parece excesiva.
Conclave no necesita artificios ni giros argumentales inverosímiles para atrapar al espectador. Su poder radica en un buen guión y un elenco que lo eleva a otro nivel. Incluso para quienes no creen en nada de lo que representan estos personajes, la película resulta apasionante. Porque, al final, puede que Dios no juegue en esta partida, pero el ser humano sigue moviendo las piezas como siempre lo ha hecho.
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