En el desenlace de esta segunda temporada de “Tulsa King” suena el “Learning to fly” de Tom Petty and the Heartbreakers. Poco puede existir más americano que las inmortales composiciones del músico californiano. Algo que le viene genial a las temáticas utilizadas desde hace tiempo por Taylor Sheridan, convertido en el narrador oficial de historias genuinas del país de las “barras y estrellas”.
La serie de Paramount ha derivado más en el talento del creador de “Yellowstone” que en el de su co-creador Terence Winter, autor de “Los Soprano”. De hecho, esta segunda entrega se asemeja más a las venganzas y redenciones de los trabajos de Sheridan que a los mafiosos de Winter, sean estos los Soprano o los de la primera parte de “Tulsa King” que como recordamos gira en torno a un antiguo capo neoyorquino que tras cumplir veinticinco años de prisión es exiliado a Oklahoma como único destino posible. Un hombre que debe empezar de cero en un lugar que considera un castigo pero que empieza a crear una banda y una serie de negocios que le dan cierto rédito, enemistándose con sus antiguos jefes del “este”.
Ya plenamente asentado en la ciudad, ahora debe intentar mantener su estatus frente a duros adversarios como son un jefe de Kansas, un peligroso líder local que pretende el amor de su novia y un mafioso chino con rasgos de psicopatía. Como se puede observar, los rivales son mucho más poderosos y peligrosos que los moteros de su primer año. Además el guion ha eliminado algunas trabas argumentales pues se suprime la relación con la agente del FBI y sus problemas con la agencia federal mediante un juicio celebrado en los capítulos iniciales.
Sin duda los diálogos son fantásticos y hacen que la trama avance sin dificultad, ofreciendo todo el protagonismo a Sylvester Stallone aunque restando minutos en pantalla a otros conflictos de su banda, sobre todo pierde mucho peso el dueño de la tienda de marihuana, un personaje que con anterioridad servía de nexo de unión entre las dos formas de acometer un negocio ilícito. La nueva y la vieja escuela.
Su factura técnica es irreprochable, creando una atmósfera rural que funciona entre ranchos de caballos y plantaciones de drogas escondidas entre el paisaje del medio oeste de Estados Unidos y las soluciones hiperbólicas de algunas metas secundarias quedan disculpadas merced a un humor socarrón, una buena construcción del personaje principal, villanos de entidad y una concepción clásica tan difícil de ver hoy en día. Un producto destacado con bastantes más aciertos que errores.
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