A veces pasa y, como juntaletras, es un placer exponerlo. Tengo que separar a la gente. Por un lado está Rabia Pérez, una banda madrileña que ha sacado un EP hace relativamente poco, y por el otro lado están Paris, de la que creo que he aprendido un par de cosas y me ha separado de la etiqueta «pollavieja», y Fati, que cuando leyó Candelarias de la Virgen dijo una de las cosas más bonitas que he escuchado sobre las letritas que junto: que le había dado sensación de vacío, de duda existencial al terminarlo. Es difícil no empezar a berrear que son los más grandes, los mejores, y que hasta sus pedos deberían ser guardados en frasquitos pequeños y vendidos al público, pero voy a intentar ser neutral. Si es una mierda, lo diré, aun a riesgo de ser apalizado en un hangar abandonado. Un, dos, tres: ¡Rabia!

Los elegidos. Mi idea inicial cuando oigo Rabia Pérez es Los pájaros, buque insignia de Un nuevo mundo, su trabajo anterior, de 2019. Pues así muy resumido: un mojón para mí. No es que hayan endurecido el sonido, es que se han convertido en otra cosa. Llevo seis segundos de escucha y me han salido quince canas nuevas. Sólo he oído a Fati coger aire y ¡boom! Guitarras a toda mierda y Paris sonando como el difunto Joey Jordison en su peor cabreo. Hay como un doble guitarreo integrado, un pequeño punteo cosido con milimétrica mala leche a un riff revienta cráneos, que desemboca en la primera estrofa, donde tiene un poso a lo MetallicA en el puente de One —Darkness, impressioning me, all that I see, absolute horror…—. Me cuesta escuchar la voz, no porque tenga nada malo, ni por fallo de la grabación, sino porque la sala de máquinas ha creado algo tan pegajoso, tan adictivo, que no puedo parar de hacer el cabestro, como Newsted en pleno ataque de headbanging. Es una mezcla parecida a Ardi Beltza, o a S.A., pero el tono de Fati, sus guturales, le dan algo diferente. La receta de Fati además pasa de los guturales más burros a las partes melódicas en las estrofas, lo que termina por fusionarse con una bestialidad de punteo… la canción está en tres capas: esqueleto (batería, bajo y una guitarra); punteo lacerante; alternancia melódica y gutural en las voces. Es como ver un cuadro del horror vacuii: tengo tanto que decir, hay tantos detalles que se me están pasando, que podría escribir diez mil palabras por canción. El punteo de casi el final es un homenaje a Mick Thomson, de Slipknot, en Dead memories.

Premonición. Han pasado a un sonido más crudo… no me voy a meter en etiquetas porque fijo que la cago, digamos, un sonido más Pantera. El guitarreo, y el bajo, es un poco Pantera, pero mezclado con Los pájaros, como si hubieran llamado a Dimebag para hacer una colaboración e, intentando imitar a Gabi, habría acabando tocando la guitarra a su aire. No sé cómo definirlo, lo de Paris no sé si se puede explicar. Quizá sea la mejor batería del mundo, o igual es la segunda peor —no entiendo una ful de semicorcheas—, pero sí que puedo decir que engancha. Rabia Pérez no hace riffs facilones que se te quedan rápido en el coco, pero sí que es una banda hipnótica, y no sólo por el guitarreo, la batería es la que te seduce. Imagina que tienes que trabajar de madrugada por sorpresa, que tienes que conducir dos horas más de lo previsto, que no has ido al gimnasio hoy y te toca ponerte cuando tu cerebro no quiere más que ver el mundo arder: este es tu disco. Hay que pasarlo del revés, porque fijo que tiene mensajes subliminales que te cambian la química cerebral, como el chís de las vacunas del Covid. En cuanto a la frontal del escenario, Fati está entre Disturbed y Chester, de los Linkin Park, caminando entre el nu metal y… no sé, un tren a punto de atropellarte. Cuando entran los estribillos no los cantan, los sangran, como el interludio antes del punteo. Es mezclar Slipknot con Igor Cavalera y Disturbed.

Portales. Lo bueno que tiene Paris, igual que dije cuando reseñé a One Second Faith, es que cuando éramos cachorritos pastamos en las mismas praderas, así que como para no quererla. No sé hasta qué punto aporta a la hora de componer, pero me juego lo que tengo en el bolsillo a que aquí ha aportado algo más que estrictamente su batería. Y si no lo ha aportado directamente, ha arrastrado a los demás a su terreno. Tiene algo de Surfacing, pero un poco de System of a Down, en los punteítos desquiciados que hacía Malakian en Needles, por ejemplo. El tema es que la amiga Fati —de verdad que no es porque me caiga bien— crea una versión leñera de Every breath you take, de The Police. Sí, Sting suena muy romántico, pero la letra suena más a Manson que a Quevedo. Su ambivalencia vocal le permite hace empezar las estrofas muy melódica y estallar al final de cada verso en una bestialidad de rugido. Los aspectos estilísticos te hacen verte pequeño, muy pequeño, al otro lado de una puerta a punto de venirse abajo a golpes. La claustrofobia, la angustia, se transmite mucho más directa con este sonido terrible. Trasladado a imágenes: el videoclip de Dead memories, de Slipknot, cuando Mick es cada vez más grande y Corey cada vez más pequeño.

Fénix. El riff inicial tiene otro poso, P.O.D., Deftones… no voy a decir que es más suave, pero sí es un poco más lento, más napalm. La canción es una de las grandes virtudes de Rabia Pérez. Si pones la canción en instrumental te sale un piñazo heavy metal, duro y áspero como limpiarte el culo con una rotaflex. Si lees la letra, te da la sensación de que Fati es una cantautora, tipo Joan Baez, o una Janis Joplin que en el fondo sólo quiere mandar un mensaje positivo, de resiliencia. Pero cuando juntas los dos, estás envolviendo un mensaje poderoso en una música poderosa, y el contraste crea un cañonazo disfrutable en los dos sentidos. Otra vez en ese interludio entre Disturbed y Linkin Park, entre Indestructible y From the inside, pero pisando el acelerador a fondo. Además hablan de mitología griega, lo que me daría pie a dar la chapa —valer, valer, no valgo para nada, pero me apaño juntando letras y hablando de mitología griega—, pero es una injusticia reventar la canción, más cuando el ave Fénix es una metáfora, una piedra de toque, una ignición, para arrancar esta máquina.

Otelo. Ese dualismo en la sección de cuerda. Un bajo y una guitarra graves y duros, y un punteo que desgarra el espacio-tiempo dentro de mi cerebro. Cuando arrancan las estrofas, se alternan trances acústicos con la distorsión, lo que, en mi opinión, completa el sonido. Hay una idea que la tengo grabada en el coco: para ser bueno no hay ni que correr ni que meter distorsión a todo trapo necesariamente. Paris no creo que sea la mano más rápida a este lado del Mississippi, ni lo necesita, ni sería útil para la banda. Gabi tampoco es el guitarrista más burro de todos los tiempos, pero tampoco es preciso. Una vez unen fuerzas, con algo de acústico, con un bajo sumergido en la maraña sónica, pero que es la columna vertebral de este tinglado, se crea algo parecido a que te sujeten por el cogote mientras te dan puñetazos en los morros —llamado boxeo sucio, sólo permitido en MMA—. El estribillo, de dos versos, crea una especie de mantra ígneo, que desemboca en un puente maniaco, casi casi en el metal industrial. Lo malo que tienen estos cabrones es que lo hacen parecer fácil. Tienes la sensación que si te dejan un bajo, una guitarra, o un barril, y en dos días estás de gira con ellos. Es como ver tocar a Clapton, o a Frampton, que hacen hablar a una guitarra. Gabi la hace rugir.

El martillo de las brujas. Esta no hay que escucharla, hay que verla. Con mucho esfuerzo y un presupuesto más limitado de lo que parece, han armado una auténtica historia, una película de cuatro minutos. Tiene ese poso bucólico de Rosenrot, de Rammstein, que desemboca en otro mensaje completamente diferente. La guitarra tiene que acelerar, mientras Fati nos cuenta la historia. Básicamente, desde el comienzo de los tiempos, las mujeres tienen la culpa de todo. Salimos del Edén por su culpa, las familias perdían su honor por culpa de alguna zagala —hasta la historia de Medusa, aunque hay más cosas que comentar—. El caso es que en pleno retroceso medieval, hubo mujeres que querían ser libres, probar una suerte de medicina natural, básica, pero efectiva, vivir al compás de la naturaleza, en comunión con su entorno… y eso no se puede tolerar. No es que hubiera que matarlas, había que torturarlas y humillarlas hasta el límite, para que a las demás les quedase bien clarito quién manda. Imperdible.

Una banda que era buena, y ha dado un giro más contundente y más potente y, además, refina la labor de sus miembros y es capaz de crear historias en sus canciones y sus videoclips. Para los rabiosos, enlaces de la banda:

Facebook https://www.facebook.com/RabiaPerez

Instagram https://instagram.com/rabiaperezband?igshid=YmMyMTA2M2Y=

YouTube https://youtube.com/c/RabiaPerez

Spotify https://open.spotify.com/artist/4zg08sk1Mm3sFBNT2od5Gh?si=Znp_02agQ9akdvyXb1Vv8A&utm_source=copy-link

Rabia Perez – Premonición

by: Teodoro Balmaseda

by: Teodoro Balmaseda

Escritor de ficción y crítico desde la admiración. Si te gustan mis reseñas, prueba 'Buscando oro' en tu librería o ebook.

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