Observo atento a una de mis gatas, mientras la acaricio a la espera de que las palabras sean capaces de tener sentido en mi cabeza durante un preciso instante, suficiente como para plasmarlas en este texto. Descansa su cuerpo al lado de mi Ipad sobre la mesa. Mis dedos, se entrelazan en su lomo siguiendo inconscientemente el ritmo que marca el continuo vaiven de su cola y el perpetuo estado de alarma de sus orejas. Ansío codicioso su extraño concepto de libertad. Su carácter marca los tiempos; ahora dócil, hostil al instante. Su inequívoca intuición salvaje a pesar de sentirse a gusto haciendo creer que está domesticada. El mundo transcurre con unas reglas que acata por conveniencia, la de la motricidad de sus instintos primarios.
Alejado de ritos adoctrinados, separo ambas orillas de la tarde; en una, el remanso de paz, en otro, las fronteras del silencio roto. En medio, navegan desbocados acordes con dueño pero sin collar. Busco en la arena un cofre escondido o una lámpara con genio dentro, para que al sentir el roce de mi pie descalzo, me hable de estilos y etiquetas que no necesito, pero que allanan el camino. Clavo los pies en la tierra y leo que Jim Slatts y Josh Coker utilizan el término prog rock/funk para hablar de sus canciones en su nave sideral de acordes propulsados por el talento de dos músicos cuyo único pasaje es conseguir hacerte disfrutar de sus tonadas; donde las guitarras dibujan enrevesados pasajes, no por ello ajenos a la melodía que rezan plegarias al espíritu indisciplinado de Zappa, la rareza fundada de Fripp y la maestría armoniosa, a la par que veloz e incendiaria, de un Satriani no de esta tierra.
Cinco canciones instrumentales desprovistas de grilletes, que se pueden atrincherar en las barricadas del prog gracias a la elasticidad de éste, pero que huyen de minutajes excesivos e innecesarios, así como del común de los pecados de muchos músicos del gremio; no ser capaces de saltar en marcha de la locomotora insaciable de los cambios de ritmo en el momento adecuado. Slatts y Coker, tanto monta, monta tanto, planean con la pasmosa facilidad con la que el talento cubre la dificultad para instaurar en tu cerebro la adicción a canciones como “Pint of mellow”, “Ashes from a cannon” o los travestidos ritmos latinos de “Dischordia”.
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