Está feo juzgar un libro por la portada, y más que lo diga yo (aunque la portada de Candelarias de la Virgen es magnífica), pero hay portadas que dicen mucho. El flamante nuevo disquito de los Kinki Boys pone una foto de lo que parece el centro de una ciudad, casas viejas, barrio obrero, en el cual emerge una engalanada alfombra roja, con cortinas interminables, como un teatro de principios del siglo XX, frente a cuya puerta está sentado, arrebujado con su perrillo, un sintecho, rodeado por un poso de inmundicias. Escogidos detalles, un mundo atestado de basura, como la isla de plásticos del Pacífico, la mirada del sintecho, perdida en un mar de preocupaciones, al otro lado de la exclusión social, y la del perro, mirándonos directamente a los ojos, con la vaga esperanza de que la presencia de un desconocido pueda traducirse en algo positivo. Podría ser la versión siglo XXI de un cuadro de Velázquez, una especie de instantánea económico-social. Un, dos, tres… ¡Kinkis!
La ría. A medida que voy conociendo más a estos tres, y a medida que veo a Marga tomar galones, me va gustando más —de lo que ya me gustaba—. Marga tiene la pose de Duff McKagan, el de Guns&Roses, aunque musicalmente lleva el peso de Flea en Red Hot Chilli Peppers. Curioso equilibrio el que ha encontrado con Mikel, el guitarra, donde ella lleva el riff principal y él se dedica más a hacer punteos que refuercen la idea, tejiendo una especie de látigo que restalla en cada estrofa. Me estaba acordando de El piloto, de Ilegales, aunque hay una gran diferencia en el resultado final. Aquí se ha potenciado mucho la distorsión, no sólo de la guitarra, sino que el bajo truena, retumba, camino a la metralla de Lemmy Killmister. No se parece objetivamente mucho, pero estoy pensando en Hole, en Celebrity Skin. Igual es porque la una habla de maquillaje y la otra se mira en el espejo… pero sí que veo la voz de Marga medio escalón más a gusto que la de Courtney Love. Puede parecer que es una canción que no habla de nada, más centrada en que rime que en el mensaje, pero nada más lejos. Dale otra vuelta. Es un debate metafísico, un vacío existencial bullendo en una mente inquieta durante un paseo matutino.
Denso y aéreo. Cuando Vila mete mano, cuando decide que la caja va a llevarse una buena paliza en el arranque de una canción, es inevitable pensar en Red Hot Chili Peppers. Este comienzo tiene algo del Fortune Faded, y soy consciente de las veces que la he comparado con este trío, pero es que tienen engranajes comunes en la sala de máquinas, y hay tramos donde se hace evidente. Mucho timbal, un bajo de esos que te mueve la cabeza sola, y una guitarra sutil, punteando como una cuchilla. Entre la batería y el bajo hacen que tu corazón lata del revés, y la guitarra es como un pitido en lo más hondo del oído interno que te dan ganas de gritar el ¡Denso! del estribillo, bajo el dominio de charles y caja que hace Vila. Canciones casi lisérgicas, con un poso a Huxley, banda sonora de la última escena de 2001: Una odisea en el espacio, donde cada parpadeo cambiaba el contraste de colores de la imagen. Es lo más parecido al hijo bastardo que la psicodelia y el punk tendrían después de un revolcón detrás de un sofá en una noche loca.
Atrapado. Han bajado un poco el tempo, tirando de dom de piso y de cualquier cosa que no sea un plato y pueda sonar en esa batería. Vila lanza una carcajada para abrir fuego, mientras Mikel esboza un punteo más épico, a lo Enio Morricone. Les hace falta el poncho y el sombrero, como en esa portada de los Motörhead. El bajo de Marga está en un bucle que sirve de columna vertebral y que trina justo antes de la última estrofa. No sé cómo, pero consiguen imprimirle un espíritu de western, tipo Sin perdón. Es una especie de western rock con actitud macarilla.
El país de las maravillas. El bajo de Marga sigue siendo la viga maestra de la canción, con un Mikel que sigue llevando a rajatabla ese pacto de lealtad con la rubia que lo hace conformar una compenetración sónica a la que Vila pone el tempo. Sí que tiene otro rollo, más movimiento en la mano izquierda, y volvemos a una atmosfera más onírica, para desembocar en un estribillo de coros amplios que trazan una visión de la realidad más acorde con lo que yo explicaba al principio de la reseña hablando de la portada. La historia del capitalismo agonizante que estamos viviendo: grandes espectáculos, muchas luces y mucho lujo… y miseria por doquier.
Es divertido, es macarra, es valiente, tiene actitud… y está ganando por momentos potencia en las letras y mensaje concreto y directo. Van a mejor, y pueden conformar un gran setlist uniendo estas cuatro a pepinazos como Ahora o El tren de las almas perdidas. Si tienes ganas de verlos en directo, consulta fechas, que seguro que pasan cerca de tu casa:
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