The Priest is back! Una vez más, y esperemos que no sea la última, la ya famosa exclamación que podemos escucharle a Rob Halford en el fabuloso directo del 87, Priest… Live!, vuelve a tener pleno sentido. Han pasado cincuenta años desde su debut en 1974 con Rocka rolla y este Invincible shield es su decimonoveno trabajo de estudio, no es moco de pavo. Las cosas han cambiado desde en este tiempo, vaya que si lo han hecho, pero la esencia sigue siendo la misma. No es que Judas Priest toquen heavy metal, ellos son el heavy metal, la referencia última y absoluta, si quieres saber si algo es heavy metal lo comparas con Judas Priest. Cierto, ellos no lo inventaron, pero cogieron su estandarte y se transformaron en la definición viva del género. Nadie como ellos ha sabido hacerlo vivir, crecer, expandir sus límites sin salirse nunca de la vereda, darle imagen. Y aquí están de vuelta, medio siglo más tarde, igual de intensos y potentes que siempre, haciendo honor no ya a su historia y su legado, historia y legado tiene cualquiera, lo que ellos tienen a sus espaldas, la fe de la que son los auténticos defensores, es leyenda viva.
Por supuesto estos Judas Priest no son los mismos de aquel debut. Medio siglo es mucho tiempo, el mundo cambia, la sociedad cambia, las personas maduran y evolucionan, unos vienen y otros van, y añade que la salud, por desgracia también se resiente. Al baile de baterías que parecía ser el talón de Aquiles de la banda, en lo que a tener una formación estable se refiere, hasta la llegada de Scott Travis para Painkiller en 1991, siguieron unos cambios, más dramáticos si se quiere, en el núcleo duro de la banda. La salida de Rob Halford y su reemplazo por el portentoso Tim “Ripper” Owens nos trajo un Jugulator que nos dejó a todos con la boca descolgada, algunos directos potentes y la promesa de una nueva era para Judas Priest que se vino abajo con un mediocre Demolition y el regreso del hijo pródigo que todos celebramos, a pesar del excelente trabajo del señor Owens, porque las cosas volvían a estar como tenía que ser. Ahora sí que los Judas Priest volvían a ser lo que tenían que ser. Angel of retribution fue un disco de reencuentro que, sin ser realmente destacable en su catálogo, cumplió perfectamente su papel de reunir a todos en torno a la mesa de operaciones para darle forma a una obra digna de sus autores. Un poco conservador, pero era lo que requería el momento. A esto le siguió Nostradamus un disco donde Judas Priest volvieron a hacer lo que mejor han sabido hacer siempre, reinventarse, ofrecer algo que te sorprende sin sacar los pies del heavy metal que definen y los define. En esta ocasión no todos estuvieron de acuerdo en sus valoraciones del disco. Un disco conceptual, doble, demasiado largo y exigente para los estándares y las orejas de un mundo que también estaba cambiando, donde la inmediatez y el escuchar listas de reproducción variadas en streaming estaban ganándole la partida a los viejos hábitos de comprar un disco, ponerlo y sentarte a deleitarte tranquilamente con él. Aquello, si nos atenemos a lo que cuenta K.K. Downing en su interesante autobiografía, Heavy Duty; Days and Nights in Judas Priest, estaba pensado para representarse en teatros, con actores y todo un montaje que seguramente hubiese sido una maravilla pero nunca llegó a producirse. En lugar de ello la banda tuvo una epifanía. Se sintieron mayores y decidieron tirar la toalla. Planearon una gira mundial a la que llamaron, muy oportunamente, Epitaph y comenzaron una despedida que nunca llegó a producirse. El resultado de esto fue que el citado guitarrista, que parecía abogar por el retiro aunque también haya vuelto al ruedo recientemente con su propia banda, decidiera dejarlo todo obligando a sus antiguos compañeros a buscarle un sustituto en la figura de otro rubio de oro, un jovenzuelo, en aquella época estaba en la treintena, que podría ser el hijo de cualquiera de ellos, pero era un gran músico: Richie Faulkner. Este movimiento dio pie a una nueva etapa pues, antes de terminar esa gira en la que el epitafio no fue una despedida, anunciaron nuevo disco.
La etapa con Ritchie Faulkner marca el cambio más drástico en la carrera de los Judas al terminar con el dúo de guitarristas más épico y definitorio del heavy metal, con perdón de todos los demás dúos guitarreriles que estás pensando, y romper el núcleo más duro de la banda desde sus orígenes. Me podréis decir que Ian Hill sigue ahí, al pie del cañón, picando piedra con su bajo aplastante desde siempre, y es un argumento inapelable, parte fundamental del sonido de Judas Priest, pero no interviene a la hora de componer las canciones. Esta etapa se redefiniría además por otro hecho ya esbozado. Los años no perdonan a nadie y Glenn Tipton comenzó a sufrir un grave caso de Parkinson que le impide tocar la guitarra como se espera de alguien de su talla con lo que en los directos es sustituido por Andy Sneap, a la postre también productor de la banda en estos últimos años. Que Andy es una máquina y un peso pesado del metal desde hace décadas es algo que creo que huelga explicar. Una etapa nueva y un poco agridulce para los que somos flanes de toda la vida de Judas Priest en la que nos faltan dos de sus elementos más reconocibles, pero nos queda la música y esta sigue siendo heavy metal puro y duro. Y no un heavy metal cualquiera, el heavy metal de Judas Priest que sólo ellos consiguen hacer por mucho que lo hayan intentado los miles de imitadores que hay por el mundo.
Esto es curioso. Coge cualquier disco de los Judas y siempre escuchas ese algo que sabes que son ellos, que sólo ellos pueden hacer. Hasta el 91 podíamos pensar que se debía a tener el mismo núcleo compositivo. Con la salida de Halford las cosas podían haber cambiado, pero no, siguieron tal cual. Podría ser que la chispa estuviese en el dúo Downing y Tipton. Si consideramos que parte importante de su debut, si no todo, y su continuación, Sad wings of destiny, ya estaban compuestos antes que Tipton entrase en la banda daría para pensar que el peso compositivo definitivo, el que aporta ese algo distintivo era el que aportaba K.K. Downing. Pero las música que han compuesto su ausencia, así como los dos discos tan insulsos que ha sacado bajo el logo de KK´s Priest, tiran por tierra esta hipótesis. Debiera ser entonces Tipton, pero pienso en Baptism of fire o, peor aún, en Edge of the world que no levanta ni por llevar a John Entwistle y Cozy Powell a su lado, y me lleno de dudas. Quizá sea la magia cuando se juntan a componer y sólo sean necesarios dos de ellos para conseguirla. Como una buena gestalt de toda la vida, el todo es más que la suma de sus partes.
Aún así esta etapa Faulkner de Judas Priest, que como digo mantiene esa esencia que todos esperamos cuando pinchamos un disco nuevo de la banda, tiene unas características peculiares que el nuevo miembro aporta a la mezcla y que creo que es importante destacar. Una de ellas es una mayor carga melódica, las composiciones son más amables y suaves en ese sentido, las melodías de Judas Priest siempre han sido más afiladas. Esto lo refuerzan unos solos mucho más exuberantes de lo que habíamos escuchado hasta ahora en sus discos. Glenn Tipton es un maestro del staccato, Richie Faulkner tira más de legato, y eso marca una diferencia abismal. Pero Richie es de otra generación, tiene otros referentes y su propio estilo, así es como debe ser y no hay nada que objetar. Lo que este elemento pueda llevar a suavizar el sonido de la banda se ve compensado por otra cuestión que son las producciones fabulosas que está haciendo Andy Sneap que hace que cada disco sea una patada en el pecho de principio a fin. Cierto que yo, como viejales un poco, o muy, nostálgico hecho de menos esos Judas Priest que no necesitaban un sonidaco ultraprocesado para ser los más heavies del lugar, pero las cosas son como son, rebelarse contra las realidad y los mil factores que la condicionan es de descerebrado.
La última característica que entiendo da forma a esta etapa hasta el momento, y la que quizá traicione más el espíritu de Priest de toda la vida, es un conservadurismo muy severo y una casi total ausencia de riesgos y experimentos, algo así como un claudicar y decir: hasta aquí hemos llegado. Puedo entender que en la parte tradicional del grupo sea algo propio de la edad y un poco de autocomplacencia, disfrutar de lo logrado. Por otro lado, el joven guitarrista quizá tema que si empuja en otra dirección se pierda esa magia de la que ha llegado a formar parte sentándose a componer música con Glenn Tipton y Rob Halford, interpretándola en Judas Priest y consiguiendo con ello mantener vivo el sonido y la esencia de la banda. No es poco, yo creo que tampoco correría muchos riesgos. Además cabe la posibilidad que todavía se estén lamiendo las heridas de Nostradamus. A saber… Pero eso no quita que Judas Priest desde sus inicios se han caracterizado por ir siempre más allá y que no les pegue mucho este estatismo autocontemplativo, más propio de bandas como AC/DC, Overkill o los desaparecidos Motörhead, que repiten hasta la saciedad, con mejor o peor resultado, una fórmula que entienden ganadora. Es una alegría ponerte un disco de Judas Priest y encontrar lo que buscas sin sorpresas desagradables, pero me planteo qué más serían capaces de hacer de hacer si diesen alas a su capacidad para transgredir los límites. Algo como Painkiller era impensable hasta que ellos lo hicieron.
Todas estas cuestiones que estimo definen esta etapa Faulkner de Judas Priest, y que temo que con los años y la enfermedad de Glenn Tipton es cada vez más la etapa Faulkner, están presentes en este Invincible shield que, además, es el tercer disco que sale bajo estas condiciones. A la tercera va la vencida, o al menos eso dicen. Los dos discos anteriores funcionaron bastante bien. Reedemer of souls es un pelotazo, me gustó mucho más que me Firepower que, sin embargo, parece haber tenido mayor aceptación popular. Curioso porque visto con cierta perspectiva me da la sensación que este es el disco más Tipton de los tres, casi un canto del cisne antes de aceptar sus limitaciones de salud. Que en este Invincible shield todavía se nota su mano es evidente, pero creo que aquí la impronta de Faulkner, que además ha crecido de un modo espectacular como guitarrista durante estos años, es más notable. A mi modo de verlo es el disco que consolida su puesto en la banda, sobre todo después del paso por el Rock and Roll Hall of Fame donde todos encogimos el culete esperando ansiosos el retorno de K.K. Downing a la banda y que este no se produjese.
De los once temas que componen este disco, catorce si te has pillado la versión extendida, ya conocíamos cinco que han ido adelantando desde hace meses para ponernos los dientes largos y tenernos a la expectativa. Los modernos lo llaman crear hype. En mi caso ha funcionado a las mil maravillas, no sólo he estado pendiente del asunto si no que a los dos días de salir a la venta ya tenía el CD en casa, y pensando en comprarlo en vinilo por aquello del fetichismo. Lo primero que te encuentras es una presentación muy cuidada, en la edición especial en CD me refiero, con forma de libro. La portada ya la conoces, ilustra estas líneas, muy clásica de unos Judas Priest que si sólo hubiese sido por sus portadas jamás hubiese escuchado. Baste esto para resumir mi opinión al respecto, cada uno tendrá la suya. En el interior el libreto acompaña las letras de ilustraciones alusivas al tema que estas tratan y da una especie de trama y visión de conjunto al disco que, sin ser conceptual, sí que sigue una especie arco temático y argumental. Y llega la música.
En lo personal los temas de adelanto no me estaban convenciendo gran cosa, al menos hasta que llegó The serpent and the king que me atrapó y me obligó a reconocer que este sí, así sí. ¡Bien por Judas! Sin embargo, esto es interesante, lo que no me funcionaba por separado, una vez puesto en su sitio y con el resto del disco entra como un tiro. Una vez más esa gestalt que mencionaba antes les da resultado y el producto de ella es un disco absolutamente Judas Priest, con una producción contundente, más heavy que una catarata de ácido súlfurico y lleno de temas que te van a hacer levantarte emocionado, corearlos, sacar los cuernos y mover la cabeza mordiéndote el labio inferior. Son estos nuevos Judas que os comento, esta etapa Faulkner que se consolida y sale victoriosa en este tercer cañonazo. A lo largo del disco vas a encontrar muchas pinceladas e incluso riffs y estructuras que te van a recordar mucho al trabajo de la banda en los años 70 y primeros 80, ya te digo que es todo muy conservador y no han corrido grandes riesgos, pero todo en un tono y actitud muy cercana al espíritu de Painkiller. De hecho los solos de Panic attack así como la entrada de los de The serpent and the king me parecen muy cercanos a los del gran himno de la banda, y del heavy metal, que da título a aquel disco. Sin entrar en que el riff de As God is my witness es calcado del Night crawler.
Puestos a analizar en mayor profundidad me resulta difícil destacar un tema sobre otro porque el conjunto es muy sólido, el nivel es homogéneo de principio a fin, son todos temas de mucha calidad, no hay relleno. Es lo que diferencia a los discazos de los discos con un par de cosas interesantes como gancho y excusa para hacer otra gira. Judas Priest no necesita excusas y este disco es la prueba. A estas alturas ya han tocado todos los cielos del rock, el metal y la música, son inmortales por derecho propio, y a pesar de ello no bajan el listón, siguen con esa mordida que caracteriza, que tiene que caracterizar, al heavy metal.
Decir que Rob Halford es el Metal God es ya redundante y manido, pero es la única verdad y la única deidad en la que creo. En Invincible shield da otra lección magistral de como hay que cantar heavy metal. ¡Ojo que este señor gasta ya 72 años y su voz parece que no se resiente! Cierto que a lo mejor hay algo de trucaje de estudio, eso ni se duda, y que grabar tranquilo pudiendo repetir todo tantas veces como se quiera ofrece muchas ventajas difíciles de reproducir en directo. La última vez que los vi su voz iba encorsetada entre megatones de reverb y delay que le ayudaban mucho a disimular esos pasajes en los que no estaba fino del todo, y aun así ¡menudo vozarrón! Por desgracia no todos han envejecido igual de bien. La base rítmica es una pared de acero, Scott Travis preciso, contundente y elegante en su batería y el bueno de Ian Hill haciendo lo que mejor sabe hacer, lo que siempre ha hecho, picar piedra en la sombra. Su bajo nunca destaca, nunca alza la voz, jamás reclama un protagonismo salvo las contadas ocasiones en las que se queda solo, y no digo ya en este disco si no en la obra completa de la banda, pero sácalo de la ecuación, róbale esos graves sempiternos al sonido del Judas Priest y comprenderás porqué es imprescindible que esté ahí y el valor inconmensurable de su trabajo.
No voy a meterme en el tema de las guitarras porque temo repetirme. En general, y aunque los temas están firmados por el trío Tipton, Halford, Faulkner (por ese orden) ya mencionado, no sé hasta qué punto el bueno de Glenn pueda haber grabado en este disco ni cuales de los solos son suyos, no está especificado. Puedo hacer mis hipótesis basándome en los estilos pero podría estar equivocado, dejémoslo en que es algo que de momento no vamos a saber. ¿Qué fue de aquellos tiempos en los que en las letras del disco te contaban de quién era cada solo? A lo mejor para ti es irrelevante, pero yo que soy un pelín friki de los Judas y los asuntos guitarreriles sería un poco más feliz con esa información. En cualquier caso, y cualquier intérprete, los solos están de miedo y los duelos de guitarra siguen presente. Es lo que importa.
De modo que en conjunto tenemos un disco brillante. Todo temazos de heavy metal trepidante al más puro estilo de Judas Priest con mucha querencia painkilleriana en el que caben recuerdos de distintos manierismos utilizados a lo largo de su carrera y con diferentes tempos o enfoques que van desde los más adrenalínicos como Panic attack o Invincible shield a los más machacones como Trial by fire o Escape from reality pasando los más tranquilos y melódicos de Crown of thorns o el tema que cierra la edición especial, The lodger que es una maravilla. Por cierto que este tema es composición de Bob Halligan Jr, mente creativa responsable del Take these (chains) de Screaming for vengeance o, mucho más notable, el mítico Some heads are gonna roll de Defenders of the faith. Un broche de oro, titanio y diamantes para un disco sobresaliente en el que todos sus elementos lucen y están a un nivel estratosférico. Quizá no pueda competir, para mí, con mis favoritos de toda la vida por motivos de enclavamiento emocional con aquellas músicas que me han acompañado desde mi infancia, pero desde luego está a la altura de casi cualquier cosa que hayan hecho en su carrera y se puede batir el cobre con lo que saque cualquier otro grupo del estilo. Si, como yo, eres flan de Judas Priest de toda la vida debes estar flipando como loco con este disco porque entiendo que ya lo habrás escuchado cien mil veces a estas alturas. Si no eres flan pero te gusta el heavy metal, cosa que no me entra mucho en la cabeza pero puede pasar, seguramente también estarás babeando con esto. Y si todavía no lo has escuchado, ya el caso que me parece más extraño si has llegado leyendo hasta aquí, no sé muy bien a qué estás esperando. Como ya lo decía al principio, y para demostrar empirícamente que me gustan las estructuras circulares, the Priest is back!
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