Suponemos que este restaurante llamado La Torre Hostelería se encuentra en el lugar más improbable de los que vamos a reseñar en esta sección de “El rincón del gourmet”. Y eso que está a media hora en coche de Madrid, en la localidad de Torrejón de la Calzada pero dentro de los míticos Desguaces la Torre.
¿Y que hace un local con ciertas pretensiones dentro de un desguace? Suponemos que es otra de las visiones geniales de su dueño que ha otorgado vía libre al chef Alejandro Rey para que experimente a precios más que competitivos. Alta cocina para todos los públicos.
Por fuera poco ofrece el sitio, un edificio sin encanto a pie de autovía donde se accede a un bar de carretera pero que en un extremo se encuentra una escalera por donde subir al restaurante con una entrada con una pared vegetal (aunque las plantas sean de plástico), una barra, cocina semi abierta, una isla central y unas mesas con mantel de hilo y sillas cómodas aunque algo juntas. El caso es que la disposición y los amplios ventanales le ofrecen un golpe de efecto agradable a la vista, más si uno consigue la mesa que da a la montaña de coches apilados en la lontananza del desguace.
En la Torre Hostelería se sirven tres menús, uno del día, otro de temporada y el degustación de trece platos ampliados si hay jornadas especiales (como en la actualidad sucede con la becada). Reservamos el medio, que consta de seis platos y café.
Con las primeras cervezas nos trajeron unas ricas aceitunas gordales deshuesadas aliñadas con pimentón. La bebida era en formato tercio (Mahou Cinco Estrellas) ya que si se quiere de grifo hay que ir al bar de la planta baja. No nos importó.
Ya puestos con el menú el primer paso era un estupenda crema de coliflor con arenque y coronada por un pedazo de bergamota nera, presentado en una copa adecuada. Un punto a favor es la cuidada vajilla, con platos diferentes en cada bocado pero igual para cada comensal. Menaje que dice mucho de la propuesta de Alejandro Rey.
Como maridaje, tras la cerveza, solicitamos una botella de tinto joven para poder maridar carne y pescado. Por recomendación de uno de los comensales pedimos el Pittacum, denominación de origen Bierzo, monovarietal de uva Mencía del 2019. Nos lo sirvieron algo frío pero es un error que disculpamos.
Sobre todo porque ante nuestros ojos nos sirvieron unas lentejas con pulpo y lima kaffir. Toque hindú en una idea inteligente, con el punto exacto de la legumbre y una oleada de sabor.
Maravillosa idea que continuó con un arroz de caza con una loncha de papada ibérica por encima. El arroz estaba “al dente”, como debe ser, con un potente fondo hecho con las carcasas de las piezas de caza. Buenísimo.
El pescado era un pequeño trozo de bacalao asado con una mayonesa de esparrago blanco aunque el fondo más parecía de tomate o salmorejo aunque con un toque picante. El bacalao se deshacía en sus lascas y estaba convenientemente desalado. Muy rico también.
Tanto que el buen pedazo de carrilada de ternera al vino tinto, acompañada de puré de patata nos dejó con sensaciones contrapuestas, ya que nada malo se puede decir porque la carne tenía una preparación canónica, alejada de esos sabores idénticos de muchos establecimientos de quinta gama. Su textura y sabor no era nada plano pero era un clásico sin más innovación.
Como postre agradecimos otro clásico de las cartas actuales como es la tarta de queso. Eso sí, nada de crema sino sabor a lácteo de calidad curado, galleta especiada y nada de cobertura por encima sino una tierra de frutas del bosque alrededor. De las mejores que hemos comido en los últimos tiempos.
Como colofón un café solo y la sorpresa al recibir una cuenta más que aceptable en su relación calidad- precio que hace que regresemos pronto a enfrentarnos a su menú degustación. Así da gusto salir a almorzar.
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