No hace mucho que oí que una de las posibles reacciones al COVID, al confinamiento y demás, desde un punto de vista socioeconómico y psicológico, sería una especie de revolución feliz. Ante malos augurios, desplazamientos climáticos, hambrunas, precariedad laboral y demás aguas bravas, una de las cábalas indicaba una especie de revolución espiritual, como la gran renuncia, en EEUU, ese momento donde la gente asimila que ha venido a algo más que a dejarse los dedos en una plancha haciendo hamburguesas, tira el delantal al suelo y se marcha a casa. Josemari simboliza esa revolución feliz en la música. Es el emoji sonriente con las gafas de sol. Uno de los músicos más prolíficos que conozco (3 proyectos editados en menos de un año), pero desde el disfrute, desde la felicidad. No se explota a sí mismo, hace lo que le da la santa gana, y tampoco se fija demasiado en las críticas. Ojalá tuviera su sangre fría, su espíritu de buenrollismo playero, con mis cosas. Un, dos, tres… ¡Al este!

 

 

Luna sobre las colinas. Estoy fuera de sitio. Lo mío es el metal siniestro. Tenemos una batería atenuada, prácticamente una maraca y un charles. No golpea, susurra llevando el ritmo, como si fuera una banda a capela. El bajo lleva casi todo el peso instrumental, saltando de un traste a otro. La voz de Josemari, un poco quebrada, contrasta con la sala de máquinas. Le pone ese toque obrero, mundano, a una música que suena a banda sonora de peli de Mastroiani.

Esperanza. Suena un poco a ritmo latino. Cumbia, salsa, bachata… ni idea, ese tipo de cosas que sabe bailar el capullo de Travolta y que, si intentara hacerlo yo, parecería una jirafa moribunda. Bongos en sala de máquina, grandes acordes por debajo de la voz, que nos habla de una historia de amor. Sigue teniendo ese rollo de peli romántica, como Vacaciones en Roma. No sé por qué, pero parece que vamos a coger una vespa y meterle unos kilómetros turisteando y disfrutando el camino. Josemari es la alegría, lo decía al principio, pero es una alegría reposada, cabal.

Todo de mí. ¡Conozco esta! Bueno, la versión original, con esas instrumentales eternas, como las de Django Reinhardt, que parece que el violín está silbando la melodía principal. Josemari le pone letra, una especie de declaración de amor con desmembramiento incluido. Cuando digo que es romántica, no lo digo en el sentido de peli malucha de hora de la siesta, es romántica en el sentido becqueresco: Volverán las oscuras golondrinas

Plaza Fariñas. Al oír el guitarreo acústico, estoy pensando en cantautores como Ismael Serrano. Han creado una espiral con la guitarra, acompasada por la percusión (seguramente un cajón) y entretejida por el bajo y decorada levemente por otro instrumento. Puede ser una mandolina, aunque con el oído que tengo, cabe desde una balalaika a un ukelele, pasando por una dulzaina.

 

 

Strade dell’est. Franco Battiato, recientemente fallecido, ponía voz a la versión original. Vale, crecí en los 90, dices Battiato y me pongo a puntear con los labios la de Yo quiero verte danzar, pero conocía vagamente la original. Battiato tenía la voz muchísimo más nasal (no es una coña con la napia del bueno de Franco), mucho más aguda que Josemari, así que mi colegui se lo lleva a un acústico austero, percusión a medio tempo, bajo también lento, y una acústica que acompaña ese italiano andaluz, de voz casi rota. No insinúo que parle mal l’italiano, digo que lo parla trayéndoselo a su terreno. A Conejizado a Battiato, como hay que hacer las versiones. Si quiero fotocopias, me voy a la tienda de abajo.

Berlín. No hace mucho que le oí (cuando este proyecto era Josemari en solitario, antes de armar el trio) una versión de T-Rex donde pensaba en el Space Oddity, de Bowie. La de Ground control to Major Tom. Esta tiene un aire en la instrumental, entre Bowie y el Debe llegar algo, de Reincidentes. Nunca he estado en el Berlín, pero tengo la sensación de haber ido cientos de veces a tomarme cientos de birras con mis colegas de La Línea de la Concepción. Es la mayor virtud de Josemari como letrista: va de lo particular a lo universal, hasta que nos abarca a todos.

Odara. Este tío se atreve con todo. Hace un momento, italiano, ahora en portugués. Con dos huevos. No me esperaba como iba a arrancar, justo después de la primera estrofa. Josemari ha desplumado la canción: ni vientos, ni nada. Una base acústica, como si lo estuviéramos viendo ensayando en un trastero, él solo. Después cosidos percusión y bajo en una mezcla que induce tanta fiesta como puedan dar tres únicos instrumentos. Reitero lo dicho: Josemari es la revolución feliz, es la fiesta, del rock&roll y alrededores.

Ninetto Davoli. Me gusta ese punteo al empezar, que retoma el protagonismo en cuanto Josemari hace un descanso entre estrofas. La letra ha tomado un aura más melancólica, más otoñal. Aquí está zurrando el sol, pero hemos conseguido que refresque un poco.

Qué puedo decir. Josemari es un músico con todas las letras. Currante, dedicado, valiente, y sobre todo, alegre. Sobre todo feliz. Hace todo con una sonrisa en la boca, y con el máximo respeto, y eso acaba enlazado en su música, con Zoo!, con JM Conejo Trío, o si lo acaban fichando los Judas Priest. Josemari es la definición de música, del por qué estoy intentando destripar un disco, por qué sigo juntando letras para hablar de música, en lugar de estar tirado en el sofá.

Para los que crean en que la próxima revolución será feliz, enlaces del trío:

Bandcamp https://jmconejo.bandcamp.com/releases

Instagram @jmconejo_.

YouTube https://youtube.com/channel/UCaF9UrQEfOfeyeiuP8eh8Ww

Facebook https://www.facebook.com/JMCONEJOTRIO

JM CONEJO TRÍO – CAMINOS DEL ESTE

by: Teodoro Balmaseda

by: Teodoro Balmaseda

Escritor de ficción y crítico desde la admiración. Si te gustan mis reseñas, prueba 'Buscando oro' en tu librería o ebook.

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