Hace algún tiempo, cuando entonces, la navidad modificaba el comportamiento habitual de los ciudadanos y los hacía odiosos, sin más. Si el concepto que los ciudadanos tienen de sí mismos está por completo alejado de la realidad, durante el tiempo navideño se hacía aún más irreal. No sólo se volvían más estúpidos y más crueles, sino que se esforzaban en semiabrir su deplorable afectividad, de manera que así mostraban su profunda hipocresía, su infantilismo y sus vidas mal resueltas. Con todo, se les podía reprochar que nada se improvisa, y que no nos enseñaran un corazón inmaduro que parecía más bien el culo amoratado de un macaco del zoo.
Lo terrible, sin embargo, es que, actualmente, la ciudadanía se presenta siempre, durante todo el año, como antes se presentaba sólo en las fiestas navideñas. ¿Y en navidad, entonces, qué sucede con ellos, cómo consiguen agudizar todavía más su detestable humanidad, ese pegote desajustado de miel y mierda?
Al parecer, en navidad las cosas ya no pueden ir más lejos de lo que han ido durante todo el resto del año, de manera que en estas fechas parece darse una cínica reafirmación de la cruel estupidez y de los penosos afectos, completamente falsos. Y podemos así apreciar un extraño e inexplicable regodeo en maneras de ser y en comportamientos que son del todo irreales y completamente alejados de cualquier modo de dignidad. Por fin, la especie está en franca y abierta extinción.
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