Sin duda Mike Flanagan es uno de los estandartes del terror contemporáneo. Con una trayectoria ascendente desde sus primeros títulos, donde a pesar de su irregularidad siempre se podían encontrar cosas interesantes, ha conseguido convertirse en los últimos años en un creador con un mundo personal y propio con joyas como “El juego de Gerald” o la infravalorada “Doctor Sueño” y que de la mano del gigante Netflix está consiguiendo grandes réditos en series donde uno llega buscando sustos y se queda enganchado a sus tramas con dramas y tragedias familiares y personales. Cosa que se puede ver en sus aclamadas “la maldición de Hill House” o «Misa de medianoche» y, en menor medida, «La maldición de Bly Manor».
En éste cuarto serial se adapta la obra de Christopher Pike para narrarnos la historia de un grupo de adolescentes con enfermedades terminales en un pequeño sanatorio, con secretos del pasado y una posibilidad de curación para los desahuciados jóvenes. Para combatir su sino se juntan todas las noches en la biblioteca para contar cuentos de terror. Un argumento atrayente que va consiguiendo que el espectador se adentre en este complejo edificio lleno de personalidades al límite pero que se comportan con cierta normalidad, con sus ataques de ira, sus tristezas y un poso de melancolía por lo que no van a vivir. De nuevo, la trama de miedo queda eclipsada por el drama.
Los diez episodios llevan su propia historia que se va plasmando para llegar al largo final donde se narra el cuento de miedo que sirve como catarsis pues todos tienen que ver con las vivencias y sentimientos del protagonista. Una idea que nos recuerda a aquellas películas británicas de la Amicus, productora rival de la Hammer, especialista en largometrajes divididos en segmentos que se iban uniendo con una débil premisa como sucedía en cintas tan divertidas como “Doctor Terror” o “El club de los monstruos”. Flanagan tiene más pretensiones que las de la pequeña productora inglesa y, por lo tanto, supera a ese tipo de filmes cuando lo hace bien pero se vuelve pedante cuando el guion no acierta con la tecla.
Un libreto del propio Mike Flanagan junto a Leah Fong, reservándose sólo los primeros episodios como director y no la totalidad como había sucedido en las anteriores producciones en Netflix (y en el resto de su filmografía). Aun así, se nota su mano en la ambientación, dotando al edificio de un halo de misterio y protagonismo como pasaba en sus adaptaciones de Shirley Jackson y Henry James, lo cual se agradece.
Entre el reparto destaca como secundaria un clásico del terror de los ochenta como es Heather Langenkamp, la mítica Nancy de “Pesadilla en Elm Street”, capitaneando un juvenil reparto de idiosincrasia “woke”, poblado de todo tipo de razas y orientaciones sexuales que no termina de ser creíble pues la epopeya está ambientada en los primeros noventa, mientras que los cuentos suelen ser trasladados a los ochenta. Ahí el espectador podrá encontrar un buen archivo sonoro y cinematográfico (con multitud de posters de filmes de esa década). Además entre los invitados aparecen dos actores fetiches en Flanagan como son Henry Thomas y Alex Essoe en una de las mejores narraciones (que recuerda a la vieja historia de “la niña de la curva”).
Sin llegar a los límites de “La maldición de Hill House” o “Misa de medianoche”, sí mejora “La maldición de Bly Manor” y demuestra que con sus aciertos y errores, Mike Flanagan sigue siendo uno de los nombres a tener en cuenta en la actualidad cinéfila.
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