He esperado pacientemente a ver los 10 episodios de la primera temporada de La casa del dragón para pronunciarme. Tras las altas expectativas iniciales pronto se apoderó de mí la decepción. Algo quedó claro en los primeros episodios: La casa del dragón no es Juego de Tronos. Por mucho que lo vendan como una precuela, por mucha música de cabecera que utilicen… La casa del dragón no deja de ser un sucedáneo de Juego de Tronos. Un sucedáneo de lujo, es cierto, un spin off con una factura técnica sobresaliente pero… le falta ritmo. Pasan los episodios y no ocurre nada de interés. Se nota que los de HBO quieren explotar la gallina (o dragón) de los huevos de oro estirando la serie hasta donde la paciencia de los espectadores se lo permita. Reconozco que en mi caso me pudo el sopor y me he echado más de una cabezada en los episodios cuarto, quinto y sexto. Puro tedio. Paradójicamente, la serie se toma demasiado tiempo en presentarnos a unos personajes mientras otros son dibujados a brochazos. Tal es así que, cuando cierto personaje es devorado por las llamas de su propio dragón, no nos importa lo más mínimo, ya que apenas ha dicho 3 frases. Tampoco pasa nada cuando la esposa de Daemon se cae del caballo (en una escena fatalmente rodada y montada), sólo había salido en una escena previa.
El problema de esta primera temporada reside en que todo lo que hizo grande a Juego de Tronos parece no estar en La casa del dragón, me explico: aquí solamente tenemos las intrigas palaciegas (nunca mejor dicho) de la casa Targaryen. El resto de casa nobles no suponen una amenaza. Los Targaryen tienen dragones y esa superioridad aérea les da una ventaja incuestionable. Los distintos arcos argumentales de la serie madre aquí se reducen a un único tema: la sucesión al Trono de hierro entre los Targayien. Por cierto, podemos adivinar ecos del Rey Lear de Shakespeare o incluso no hay que ser experto en historia para encontrar los paralelismos con nuestras guerras carlistas. A saber: a la muerte de Fernando VII (probablemente el peor monarca de la historia de España, y mira que hay dónde elegir) se desató una guerra entre los defensores de que ascendiera al trono su hija Isabel y los defensores de Carlos, hermano del rey fallecido. Algo de ello hay en los primeros episodios de La casa del Dragón en ese Daemon que quiere heredar el trono de su hermano frente a los deseos de éste de que le suceda su hija Rhaenyra. La cosa prometía pero un ritmo excesivamente lento ha acabado ahogando la trama.
Debo reconocer que me gustó mucho cómo se muestra la decadencia física del rey Viserys, el mejor personaje de la serie. Es un personaje complejo cuyo empeño en mantener la paz es interpretado como debilidad. Mientras Viserys se va descomponiendo ante nuestros ojos (gran trabajo de maquillaje y CGI), otros personajes apenas han modificado su aspecto en dos décadas (Daemon) mientras el cambio de actrices para Alicent y Rhaenyra me pareció forzado y mal resuelto. ¿Soy el único que prefiere a la Rhaenyra adolescente de Milly Alcock frente a la adulta de Emma D’Arcy?
Otro problema de La casa del Dragón es que no hay grandes villanos, por ahora. No hay nadie que sea la encarnación del mal. No hay ninguna Cersei que sea rematadamente ambiciosa y cruel hasta el tuétano. Quizás lo más parecido sea ese Daemond cuya cara de pérfido malvado y ese parche en el ojo pueden hacerle entrar en los anales de mejores villanos de la televisión aunque todavía es pronto. El resentimiento por la pérdida de su ojo parece mover todos sus actos. Lo cierto es que muchos hechos fundamentales de la trama se producen por una confusión o un error, no por pura maldad. Además, los personajes recuerdan a otros de la serie original aunque les falta el atractivo y el ingenio de aquéllos. Tampoco tenemos un personaje con el que identificarnos. No hay un héroe (tipo Jon Snow) cuyo viaje iniciático sea la base de la serie. Tampoco tenemos ninguna Sansa con la que padecer ni un Tyrion con el que creernos tan listos como él.
Lo peor de todo, no hay sorpresas, por el momento. Apenas hay estallidos de violencia ni grandes batallas. Incluso ese gran giro argumental que solía ocurrir casi siempre en el episodio noveno de cada temporada no se ha producido. La casa del dragón resulta en su mayor parte previsible y aburrida, sobre todo por la rutinaria forma de mostrar los hechos narrados.
Por suerte, La casa del dragón mejora bastante en los tres últimos episodios. La serie remonta el vuelo a lomos de una trama que por fin despliega sus alas. En estos episodios finales sí se siente por momentos que estamos ante una digna sucesora de Juego de Tronos. Apenas han adaptado un tercio del libro y el listo de George H R Martin ya ha dicho que hay para 3 temporadas más. Debemos considerar esta primera temporada como una (excesivamente) pausada toma de contacto con estos personajes mientras hemos de suponer que la historia cogerá ritmo, dramatismo y épica en el futuro. Ahora es cuando viene lo bueno, esa guerra entre verdes y negros puede darnos grandes momentos. Esperemos que ahí sí La casa del dragón sea una digna heredera de Juego de Tronos. Lo cierto es que, por ahora, se ha limitado a seguir la estela de su predecesora, aunque con bastante menos brío.
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