No me voy a andar con rodeos. Hace casi 2 décadas que Björk me aburre soberanamente. Fui fiel seguidor suyo en aquella locura llamada The Sugar Cubes y aluciné con sus primeros trabajos en solitario: Debut (1993), Post (1995), Homogenic (1997) o Vespertine (2001). Incluso la vi en directo un par de veces y la defendí en todos los foros habidos y por haber. Sin embargo, allá por 2004 la islandesa mandó al cuerno cualquier interés por agradar al público. La que era la chica más moderna del barrio lleva casi 20 años pasando olímpicamente del qué dirán (cosa que aplaudo) y (aquí viene el problema) olvidándose que sus discos no son nada si no hay nadie al otro lado del altavoz.
Ni sus sesudas explicaciones sobre sus discos (que si este LP versa de la diversidad biológica, ahora no uso instrumentos, que si este LP habla de unicornios azules) ni sus excentricidades han logrado disimular una preocupante falta de interés por el público. A Björk se la suda lo que piensen los demás. Es SU música. Si no te gusta, es tu problema. Metida en su propia burbuja onanística, Björk decidió que su carrera no debía evolucionar hacia algo tan vulgar como llenar grandes recintos sino selectos teatros de ópera. Así sus montajes escénicos tienen lugar en teatros de renombre (a precios desorbitados) y no en pabellones deportivos reconvertidos a salas de concierto. Vamos, que prefirió optar por la élite más recalcitrante que por el mainstream.
Obviamente, la inmensa mayoría de su público primigenio le hemos dado la espalda, hartos de aburrirnos con sus ejercicios masturbatorios. Discos como Medúlla (2004), Drawing Restrait 9 (2005), Volta (2007), Biophlilia (2011), Vulnicura (2015) o Utopia (2017) esconden siempre alguna que otra joya entre sus surcos aunque en líneas generales son unos ladrillos de cuidado: aburridos y exasperantes hasta la náusea. Lo de Drawing Restrait 9 era ya un aviso de lo que vendría: la banda sonora para una película experimental del artista Matthew Barney (pareja de Björk por aquella época). Me lo compré, lo reproduje un par de veces, me pareció una tomadura de pelo y, tras años ocupando en mi estantería un espacio que no merecía, lo tiré recientemente al contenedor amarillo.
En esta tesitura nos llega Fossora, su última e irritante estupidez sonora en forma de disco. ¿De qué palo va ahora la islandesa? Un conjunto de ritmos machacones mezclados con saxofones. La voz de Björk sigue siendo un regalo divino aunque queda ahogada nuevamente en un mar de instrumentación y unas composiciones a la deriva. Se nota el esmero y el trabajo compositivo de todos los temas, todo muy cuidado hasta el extremo. Ruidos, ritmos, clarinetes, la voz de Björk grabada en decenas de pistas, etc. Una vez más Björk ha usado magistralmente el estudio para plasmar su peculiar universo en sonidos. Pero todos los temas resultan aburridos gracias a su excesiva duración y/o su nulo interés en agradar al oyente. En Fossora se ha inspirado en los hongos (no es broma), yo diría que alguno le ha sentado mal.
El inicio con Atopos nos deja así: a topos. Sorprende que haya integrado un ritmo de reguetón aséptico con clarinetes aunque la combinación de elementos tan opuestos podría dar resultados mucho más accesibles. En Ovule se intuye algo parecido a una melodía y el juego de las voces recuerda a Médulla (el disco con el que Björk rompió definitivamente con la comercialidad). ¿Es pronto para aburrirme? El sopor es ya una realidad en esta tontería que es Mycella, un onanista juego de voces que no lleva a ningún sitio tras 2 minutos. La típica tontería que los talibanes de la islandesa dirán que es una obra maestra. En Sorrowful soil nos damos cuenta que, efectivamente, este es otro disco peñazo de Björk que no aporta nada nuevo. Nunca un coro me resulto más desaprovechado. Una pena, el tema tenía posibilidades. Ojo, que el inicio de Ancestress me parece interesante. Tiene melodía y un estribillo casi tarareable, pero se nos va a los 7 minutos con una letra que nos cuenta las vicisitudes de las antepasadas de Björk (marcapasos incluido). El resultado: otro tema a priori interesante que se va al traste. Venga, que nos vamos con más temas aburridos hasta la exasperación: Fagurt Er Í Fjöroum (en islandés y con casi en exclusiva la voz de Björk) y Victimhood (7 minutos atravesando una pesadilla).
Björk se guarda Allow, quizás lo más audible de Fossora, y Fungal City como pequeñas concesiones a un público que hace rato que se ha quedado dormido. Trölla-Gabba es otro experimento sónico que te pone de los nervios nada más empezar, al menos sólo dura 2 minutos. Un tema ideal para acompañar un ataque de ansiedad. Coñe, todavía nos quedan 3 temas. Freefall me gusta, suena genial, tiene cierta melodía y la música acompaña a las voces. Sin embargo, Björk vuelve irritar nuestros oídos con Fossora, que suena como un cruce entre Michael Nyman hasta las cejas de ácido y una rave berlinesa. Para terminar este peñazo Björk nos regala otra tediosa pieza de pop de cámara llamada Her mother’s house. Un tema que podría finalizar cualquiera de sus discos, pero que nos pilla ya muy saturados.
Fossora evidencia una vez más que Björk es una artista impermeable con la que es imposible entrar en su universo. En ese aspecto me recuerda al último David Lynch, son artistas valientes con un talento desbordante pero que se han olvidado del resto del mundo. Me parece genial que Björk desnude su alma en cada trabajo, ya sería la hostia si pensara en el oyente. Fossora es otro disco inaguantable de Björk. Alguien tenía de decirlo.
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