En Villena se encuentra el coqueto restaurante La Teja Azul, un lugar que hemos visitado en algunas ocasiones cuando nos encontramos por la zona. Local bonito, decorado a base de piedra y vigas de madera que consigue una casi frontera natural entre mesas dando la sensación de pequeños reservados.
En cuanto a la comida se centran en una propuesta mediterránea en su totalidad, cosa que no sorprende pues estamos en Alicante aunque la cercanía con la provincia de Albacete le podía otorgar guiños a la castellana- manchega. El producto es de calidad, perfectamente cocinado por Antonio, chef con gran experiencia que además es amable en el trato y explica cualquier duda que pueda surgir al comensal. Al frente de la sala Pepi también suma, encabezando un servicio atento y esmerado, con mesas con mantelería de hilo y cubiertos y vajilla de calidad. Todos esos puntos a favor que han convertido a la Teja Azul en un referente siendo considerado como Bib Gourmand en la Guía Michelín 2022.
En cuanto a la comida fuimos un grupo numeroso compuesto por nueve personas para degustar una cocina de producto, bien presentada, con buena materia prima y muchas más luces que sombras aunque algún defecto encontramos.
Con la primera cerveza nos ofrecieron el aperitivo de la casa, un ensaladilla de cangrejo con mahonesa presentada en forma de bola y con unas tostaditas para conseguir el bocado crujiente. Rico y se agradece el detalle.
Tras esto nos presentaron un calamar mediterráneo, imaginamos que de la lonja de Santa Pola (lugar a donde van a comprar pescado y marisco). Sensacional, perfecto de sabor y de plancheado. Una delicia que acompañamos con una ensalada de tomate con brotes tiernos y unas sensacionales lascas de ventresca. Simpático nos pareció el crujiente de bocarte relleno de jamón y para finalizar los entrantes degustamos unas mollejas de cordero con ajetes tiernos más que aceptables.
En cuanto al vino, preferíamos blanco y nos dejamos recomendar por lo que el ágape fue maridado por el local Finca Collado, de la cercana localidad de Salinas. Uvas chardonnay y moscatel, con un tiempo en barrica y botella.
La función la cumplió a la perfección y aguantó, sobre todo, el plato fuerte que consistió en un arroz del señoret, servido como mandan los cánones con todo el pescado y el marisco pelado. El sabor era estupendo donde se notaba el gran fumet preparado para la ocasión pero a pesar de su innegable calidad podemos criticar el grosor del arroz en la paella pues superaba con creces el dedo de espesor que debe tener este tradicional plato.
A pesar de ello, estaba rico y nos lo comimos con agrado, dejando el postre para el final: primero con un queso añejo de cabra (también de proximidad) y como colofón un refrescante sorbete de tomillo y miel.
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