Minerva era la diosa romana de, entre otras cosas, la estrategia militar y la justicia. Se corresponde con la griega Atenea. En caso de duda, siempre mitología griega. Los romanos hicieron un copia-pega. A los griegos les encantaba la reflexión sobre la libertad, haciendo unas cábalas tan inverosímiles como terribles a través de los oráculos… para al final cumplirlas. Que se lo digan a Perseo, o a Edipo. Atenea fue la diosa que rompió el círculo. Chrono destronó a su padre, Urano. Zeus, después de la titanomaquia, destronó a Chrono… y Atenea iba a destronar a Zeus, por lo que el rey del Olimpo se comió a su madre Metis. Después de una migraña, Hefesto le abrió la cabeza a Zeus de un hachazo… y apareció Atenea, completamente armada, pero sin ganas de destronar a su padre.
Ah, que veníamos a hablar de música, ¿no? Pues que la mitología griega me pirra. No se me ha notado casi nada. Un, dos, tres, ¡Minerva!
https://youtu.be/QHp3jUncrlI
Forest. Esta banda tiene algo tribal, algo ancestral. Los griegos, y por herencia los romanos, creían que cuando una civilización caía, sus dioses pasaban a ocultarse entre la gente, buscando un nuevo grupo de fieles que volvieran a encumbrarlos. Ese bajo primigenio trae ese espíritu de los rescoldos donde ardió la última estatua de Atenea. Con esa fuerza ancestral del Kaiowas, de Sepultura, y un toque del comiendo de Youth of the nation, de P.O.D., la batería imprime una locura de timbales. Si cierras los ojos y te dejas llevar por las voces, llegas al apartado bosque donde se ocultaban las Gorgonas, que compartían entre tres un solo ojo y un solo diente. Es algo ancestral, primigenio, pero que se siente imponente y peligroso. Tiene un toque de psicodelia, de estar a medio camino de las tierras de Morfeo o de un ciego muy guapo de LSD. Viendo la letra, es una especie de ritual pagano de liberación del espíritu, como si tratáramos de conectar con los dioses antiguos, ese ente que devolvió la mirada al primer homo antecessor que levantó la vista al cielo buscando respuestas.
Swamp. Vale, voy a bajar el rollo mitológico antes de que me sacrifiquen en honor a Apolo. Hemos perdido un poco de oscuridad para ganar pegada. Sigue la locura en la batería, tirando de plato y de timbal. Si lo lleva doble bombo, está en redoble constante, a baquetazos de un lado a otro. Alucinante justo después de la primera estrofa, retumban timbales como en El día de la bestia, de Def con Dos, para lanzar un gutural potente en un guitarreo cíclico. Por poner una referencia, aunque un poco cogida por los pelos: System of a Down o Slipknot. Estrofas melódicas, casi de camino al rock, con tramos guturales muy oscuros, entre el stoner y un grunge muy oscuro, a lo Alice in Chains. Parece un videoclip, o una peli, de Rob Zombie. La criatura del pantano emergiendo.
Cuna. Ese comienzo monolítico tiene un aire a Devil’s Dance, de MetallicA. Puro espejismo, porque enseguida el guitarreo y el bajo hacen un riff maníaco, que se te mete dentro del pecho, como si nos convirtiera en una especie de muñecos de latón a cuerda. Más allá del sonido, Bones of Minerva es inspirador. Podría ser la banda sonora de una peli. Es más, podría escribir una peli de terror sólo oyendo este disco en bucle. Sigue teniendo ese elemento ancestral, el de los antiguos escitas, de gente en comunión con la naturaleza y sus animales, que hacían cagarse a todos los pueblos de alrededor. Es una especie de grunge oscuro psicodélico con tramos guturales a lo death metal. ¿Tiene algún sentido lo que escribo? Cierra los ojos y déjalo fluir.
Dream. Esta batería tiene que tener tres manos. Lejos de ritmos facilones, tira de timbal, de plato, algún baquetazo se lleva el charles… redobles que lanzan un riff thrash de la guitarra, al más puro estilo No quiero participar, de los S.A. Cuando Eustaquia tira de gutural, por encima de esa especie de punteo psicótico de Ruth, toman un rollo de las estrofas de This fire burns, de Killswitch Engage. Ahora la batería se hace monolítica, para que el bajo de Chloé se retuerza en la sala de máquinas para lanzarnos a un estribillo un poco psicodélico, salvando las distancias, a lo Deftones.
Fuego. Ahora se aprecia un poco más ese toque System of a Down. Las guitarras toman ese punto Daron Malakian en el Toxicity, por ejemplo en Needles. El bajo saca potencia. Es como un aquelarre. Como si observásemos el sacrificio de Ifigenia a manos de su padre Agamenón, sabiendo que la alternativa era peor. Más allá de lo inspirador que resulta, de lo que sugiere, han ganado pegada, la mezcla entre la parte onírica, lisérgica, con la contundencia instrumental, se convierte en algo así como la llave de Las puertas de la percepción.
Merula. Guitarra y bajo tienen un toque celta. La batería parece los tambores de guerra que —se supone— que usaban los pictos, antecesores de William Wallace que habitaban la actual Escocia, y que repelieron durante generaciones el asedio romano. Los llamaban pictos porque iban pintados de arriba abajo, y los legionarios romanos llegaron a creer que eran espíritus del bosque y que estaban encabronando a algún dios desconocido. Lo que está sonando suena a llamada a la guerra, a la resistencia contra un imperio invasor. Mientras la guitarra de la señorita O’Leary —presumo a intuir que lleva en su sangre esa resistencia contra las invasiones de imperios— estalla, el gilipollas de mi vecino tiene una mierda reggaetonera a todo trapo. ¿Será una pequeña broma del destino?
Claws. Me encanta. Las baterías están entrando como en el puente de Duality, de Slipknot, coordinadas a la perfección con la sección de cuerda, que lanza decibelios a diestro y siniestro bajo las guturales en lo que se convierte en una especie de dualidad, entre estribillos un poco languidecientes y estrofas furiosas. Podría ser como en Chop Suey! de System of a Down, como Deftones, como los mentados Slipknot… o como Disturbed. Esto es canela en rama. Esto no es un disco, es un viaje.
Silencio. Como el comienzo de Locust, de Machine Head, guitarras sin distorsión. Entre acorde y acorde los dedos de Ruth resbalan por encima de las cuerdas. Manía personal: me relaja. A ver no escucharía un disco de una hora de rasgueo, pero esos rasgueos entre acorde y acorde son como un síntoma del esfuerzo, como el sudor cuando estás haciendo un esfuerzo, como la primera palabra que se dibuja en tu mente cuando vas a escribir algo, como el primer acorde de una canción que vas a componer.
Flood. Volvemos a la oscuridad, a los riffs leñeros, a esa dualidad gutural-psicodélica. Salvando las distancias, Eustaquia tiene ese rollo Serj Tankian, o Corey Taylor, lo que Chloé, Nerea y Ruth, alimentan. Capaces de irse de sonidos muy oscuros, rondando un metal muy gótico, doom, death, o como sea, y volver como si nada a una especie de hard rock, de Stoner, grunge que sigue siendo oscuro, pero camina abiertamente por una senda más sesentera, más lisérgica.
Madre. Esa guitarra y ese bajo suenan realmente bien. La batería sirve como subrayado… hasta que entra de nuevo la oscuridad. Tiene un poco de Disturbed, aunque me sugiere un poco de P.O.D. en Sleeping Awake. Vale, P.O.D. tira más al rap metal, pero en el estribillo, hay cierto paralelismo cogido por los pelos.
Hands. Última parada. timbales y punteítos de guitarra sin distorsión para irnos despidiendo. Eustaquia en su función Serj Tankian en Lonely day. No tiene ese aura de balada —esta banda no hace baladas—, pero sí esa parte melódica que, cuando el bajo y la distorsión de la guitarra entran como una apisonadora, generan aún más potencia. La misma aura del Sea Witch, de los Dover del Late at night, cuando todavía molaban.
Pisando los huesos de los antiguos dioses, en mitad de un bosque muy oscuro reivindicando un sonido propio, ancestral, y rabioso a tramos, acaban de salir estas cuatro sacerdotisas de Hécate. Pura inspiración.
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