Lee Daniels saltó a la palestra en 2009 con “Precious”, avalada con sus nominaciones a película y director y el Oscar a actriz secundaria y guion, el año que se debatía la rivalidad entre james Cameron y Kathryn Bigelow por “Avatar” y “En tierra hostil”. Desde entonces, se le empezó a comparar con Spike Lee, como la gran esperanza negra en el cine estadounidense, cosa que se puede observar en uno de los parlamentos de John David Washington en «Malcolm y Marie», hablando de los autores importantes con ese color de piel, al ser comparado con él y no con Cukor o Wyler, como velada crítica a la cultura actual donde prima cierta discriminación positiva al talento o el mérito.
El caso es que Lee Daniels, no consiguió repetir ese primer éxito, con cintas mediocres como “El chico del periódico” o «El mayordomo», la cual pretendía ser un retrato de Estados Unidos desde la Segunda Guerra Mundial, en los ojos del mayordomo de la Casa Blanca. Un producto algo fallido donde ya se dejaba claro su querencia al Partido Republicano y su poco apego a los republicanos y al FBI de Hoover. Un personaje siniestro, que retrató Clint Eastwood en su superior “J. Edgar”, que se convierte en el enemigo en la sombra que envía a sus esbirros a por una Billie Holiday, superada por esa persecución.
Pues, no nos engañemos, la cinta adolece de un maniqueísmo que, como ha sucedido en sus anteriores proyectos, tiñe las más de dos horas de metraje de “Los Estados Unidos contra Billie Holiday”. La genial vocalista es acosada por el gobierno por cantar “Strange fruit”. Y no hay más motivo ni mayor reflexión. El canto contra el linchamiento a negros se convierte en una herramienta tan poderosa que los asustados, y blancos, hombres de Virginia tienen que acabar con la estrella como sea, acusándola de su consumo de drogas, sea este cierto o preparado. Para ello, envían a un agente negro para que se infiltre en el círculo de proximidad de la “diva” y destruya su carrera. Lo que no esperan es que el detective sucumba ante los encantos de Holiday y abrace sus ideas, enfrentándose a sus superiores. Un guion lleno de lugares comunes y con demasiada carga de hagiografía, por lo que al final no resulta verosímil. Se trata demasiado a la ligera una personalidad tan fuerte como la de Holiday, violada a los diez años, heroinómana y con tendencia a los hombres tóxicos. Una persona que luchó sin éxito por exorcizar sus fuertes demonios interiores.
Si en lo que cuenta, el filme se nos queda algo corto, la puesta en escena sí es la adecuada, desplegando Daniels un catálogo de riesgos tanto en ritmo como en selección de planos, apoyado en una dirección de actores estupenda, donde sobresale una magnífica Andra Day que, en condiciones normales, debería levantar su primera estatuilla el próximo 26 de abril, como el pasado año hizo Renee Zellweger, con otra cantante problemática como Judy Garland. Su retrato de esa década de los cincuenta queda resumida en la escena donde junto a la actriz Talullah Bankhead (una acertada Natasha Lyonne) es obligada a ir al ascensor de servicio en un hotel de lujo. Una demoledora crítica más eficaz que mostrar un linchamiento, con los niños llorando ante el cadáver ahorcado de su madre. Es quizás, la mejor escena, junto a la interpretación de las canciones y, en especial, “Strange fruit”, mejor realizada y con más poder visual que el “A change is gonna come” de Sam Cooke en «Una noche en Miami», otra melodía para el recuerdo, como ejemplo de combatir el racismo.
Daniels ha realizado un largometraje mejor realizado que escrito, donde se evitan los pasajes más incómodos de la vida de Billie Holiday y de la forma de actuar del FBI, pues mucho de la censura a “Strange fruit” se debía al estar escrita por un autor comunista, como sucedió en el cine con gente como Jules Dassin, Joseph Losey, Dalton Trumbo o John Garfield. Tiempos donde se “cancelaban” (utilizando el vocabulario tan de actualidad) a aquel que no comulgaba con los principios del poder.
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