Llega la nueva propuesta de Disney y, de nuevo, vuelven a ofrecer soluciones imaginativas para su estreno por la pandemia. Debemos recordar que en el pasado año y en este 2021 han optado por diferentes fórmulas desde ofrecerla de forma gratuita a sus suscriptores, como en el caso de la fallida «Artemis Fowl» o la excelente «Soul» o con un acceso Premium, como en el caso de “Mulan”. Con “Raya y el último dragón” han preferido un modelo mixto, con un estreno limitado en las salas de cine y el polémico acceso preferente en su plataforma.
Una cinta que ha necesitado de ¡nada menos! que cuatro directores, por lo que se entiende el gusto por el detalle y la animación total, lo que hace más complejo el rodaje y la edición de estos largometrajes. Y más en una propuesta que casi llega a las dos horas, pues como recordamos esos amplios metrajes sí llegan, o superan, en las producciones japonesas pero porque la animación es limitada aunque encontremos genios que de esa necesidad hacen virtud como Miyazaki o Takahata.
En lo técnico nadie puede poner un pero y no se repara en espectacularidad, como es exigible en los clásicos de la compañía estadounidense. El problema de “Raya y el último dragón” es el guion, más preocupado por no ofender a nadie que por ofrecer una aventura a la altura de muchos de los títulos imperecederos. La acción es trasladada a una tierra inventada pero que evoca a la China, donde se generan los grandes “taquillazos” fílmicos. No hay rasgos étnicos claros aunque el vestuario y los edificios nos traslade, de nuevo, a Asia. Allí conviven varios reinos que han decidido el egoísmo sobre la solidaridad de los pueblos, acabando con los dragones que mantenían la tranquila existencia que cedieron antes de desaparecer un bola de luz que evita que unas criaturas conviertan en piedra a todo habitante del reino. El pueblo poseedor de la roca intenta una alianza pero es traicionado por otro, rompiendo la piedra luminosa en varios fragmentos, robados por cada uno de los países, por lo que aparecen las sombrías criaturas apenas detenidas por los pedazos de piedra- dragón y el agua, que empieza a escasear. La hija del cacique local empiezaun peregrinaje de varios años, buscando a un dragón oculto en una vieja leyenda. A partir de ahí, comienza una serie de peripecias por unir a todos los enemigos y volver a creer en la honestidad de la gente.
Pocas sorpresas en un argumento con un prólogo exagerado, demasiado largo que según avanza la historia va teniendo más interés. Un producto entretenido, a pesar de no poseer ninguna originalidad y quedar claro el desenlace desde los primeros compases. Además el diseño de los dragones es molesto, con toda un gama cromática construida para “embobarse” con los colores y no prestar atención a lo que se cuenta. Una forma de publicidad basada en “ruiditos” y “lucecitas” que desde niños predisponen al consumo.
Una trama que une las cintas de tradición china con aventuras a lo Indiana Jones pasado por el tamiz ecologista “naif”, mujeres protagonistas y todos los clichés actuales, lo cuál es curioso, pues Disney siempre ha sabido adaptarse a las ideologías más conservadoras para mantener su estatus y poder. Antes era una y ahora esta. Por otro lado, nada nuevo en estos conglomerados del entretenimiento que intentan dotar de ideología a sus largometrajes para seguir generando más y más dinero. No sabemos si esto es lo que quiere ver el público y, por lo tanto, ganar la mayor cantidad de recaudación pero si se evita manifestaciones y publicidad negativa de los medios y asociaciones sometidas al dictado de lo políticamente correcto.
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