Sobre las novelas de Daphne De Maurier se han realizado diversas adaptaciones al cine, siendo Alfred Hitchcock quien mejor entendió a la escritora británica con tres cintas inolvidables como “La posada de Jamaica”, última de sus producciones inglesas, con un inolvidable Charles Laughton, la celebérrima “Los pájaros”, uno de los hitos en el cine de terror y “Rebeca” que, junto a “Enviado especial”, fue el “debut” de Hitchcock en Estados Unidos y su primer éxito pues acabó consiguiendo el Oscar a mejor filme del año. Son los largometrajes más conocidos de la obra de Du Maurier pero también hemos visto en los setenta la correcta “Amenaza en la sombra” de Nicolas Roeg, con Donald Sutherland y Julie Christie sufriendo la muerte de su hija en Venecia y las dos versiones de “Mi prima Raquel”, la primera en los cincuenta con Olivia De Havilland y otra de hace pocos años con Rachel Weisz.
De todas ellas, sigue siendo “Rebeca” la que ha trascendido más, y no sólo por sus aspectos cinematográficos pues la prenda de vestir que conocemos como rebeca en España, se llama en realidad “cardigan” pero se popularizó ese nombre por el uso de Joan Fontaine en la película “hitchconiana”. Un monumento al cine, donde todo funcionaba y un reparto ideal con Joan Fontaine, Laurence Olivier y una aterradora Judith Anderson que conseguían que el fantasma de Rebeca fuese un personaje más, sin aparecer un instante, gracias a un ritmo narrativo prodigioso, un sentido de la tensión imborrable y una ambientación prodigiosa unido, al talento en la dirección del maestro de “Con la muerte en los talones” o “Vértigo”.
Ahora, que se cumplen ochenta años del estreno de “Rebeca” nos llega esta nueva versión del clásico, no sabemos si como homenaje, de la mano del gigante Netflix. Una producción arriesgada pues las expectativas son altas y que, por desgracia, naufraga desde el inicio hasta el fin. La única cosa que aporta nueva son las motivaciones y la forma de morir de la primera mujer de Maxim De Winter, pues recordamos que en 1940 moría ahogada de forma accidental y aquí, eso cambia un tanto (no desvelaremos como) al acercarse más a la novela. Es lo único, y desde luego no aporta demasiado. El resto es una narración deshilachada, donde parece que los responsables no han entendido nada, pues Manderlay más parece un Downton Abbey sobrecargado que una mansión victoriana, la evolución de los personajes es calamitosa, sobre todo en el caso de Armie Hammer, el cual salvo el «Call me by your name» de Guadagnino y un tanto el “J. Edgar” de Clint Eastwood, lleva fracasando en su elección de papeles desde el fiasco de “El llanero solitario” de Gore Verbinski, que debería haberle llevado al estrellato. Su Maxim De Winter no tiene recorrido y ninguna química con una mejor Lily James, absoluta protagonista de las más de dos horas de metraje, secundada por una señora Danvers de Kristin Scott Thomas a la que le falta profundidad en cuanto a sus motivaciones aunque la actriz que descubrimos en los noventa con “Lunas de hiel” de Polanski y “Cuatro bodas y un funeral” deja su impronta. El problema es que el espíritu de Rebeca no se encuentra presente, incluso con escenas sin sentido como la persecución en el baile al supuesto fantasma con el vestido rojo que no conduce a ninguna parte. Tampoco ayuda la fotografía, que no se define en ningún momento. Con filtros de videoclip en la parte del enamoramiento en Montecarlo y demasiado atonal en la mansión de Cornualles.
Da la impresión que su director Ben Wheatley no ha sabido llevar a imagen la complicada misión de entender la novela de Du Maurier, llena de miedo psicológico, donde la joven nueva esposa duda si está perdiendo el juicio o se encuentra bajo el hechizo de la difunta Rebeca en una villa enorme donde se siente sola y fuera de su terreno natural, al ser de una clase social más baja. Es una pena pero poco destacable hay en esta aburrida lección de que lo que ha funcionado bien en el pasado no debe enmendarse en el futuro. Pasan estas cosas.
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