El mundo de la política, sus subterfugios y la maldad que parece destilar todo lo que huela a gubernamental ha dado un gran resultado en la televisión del siglo XXI, donde destacan dos productos distintos pero compatibles como “El ala oeste de la Casa Blanca” y «House of cards», donde se nos ofrecía el reverso oscuro, o «Sucesor designado» en un aspecto más positivo. Todo esto en EE.UU. aunque en Europa destacan la danesa “Borgen” y la británica “House of cards”, en la que se basaba las andanzas del Frank Underwood de Kevin Spacey. “Roadkill” se une a esta larga trayectoria de seriales sobre la erótica del poder.
Y en esta se narra en tan solo cuatro capítulos para contarnos el ascenso de un ministro menor a cotas mayores, en un guion de David Hare, dos veces nominado al Oscar por “Las horas” (2003) y “El lector” (2009), quien compone un argumento con un protagonista claro. Un ministro populista, con una caótica vida, que va medrando entre los “lobbies” y los grupos de poder dentro del Partido Conservador mientras la prensa y los enemigos dentro del propio partido intentan dinamitar su prometedora carrera. Todo contado con ritmo, a ritmo de “thriller” aunque la investigación de la joven periodista y su final recuerde un tanto a la de Kevin Spacey con Kate Mara en “House of cards”. Aun así el “libreto” tiene “chispa” y juega bien con el suspense de la narración y la carga de profundidad contra el estamento político, lleno de traiciones y envidias por conservar o conseguir los diferentes cargos. Como dice en un momento el líder de la facción conservadora: “-No conozco a ningún político que no quiera llegar a ser primer ministro-”. Toda una declaración de intenciones donde más importante que la idea sea buena o mala o como se desarrollará es como se transmite a una población, a la que se utiliza y en buena medida se detesta. Cosa que vemos día a día en la actualidad, con el auge de los populismos y la polarización de la sociedad, donde se ha perdido bastante del sentido crítico, siguiendo las consignas que dictan los aparatos de propaganda y los medios de comunicación convertidos en correas de transmisión, consiguiendo que “se comulgue con ruedas de molino” y se trague todo lo que venga de la ideología que uno ha elegido, sin pararse a reflexionar si esto está de acuerdo con la opinión mantenida antes.
“Roadkill” también posee una factura formal buena, como se espera de una producción de la BBC, aunque Michael Keillor, responsable de los cuatro episodios, plantea una puesta en escena algo obvia, con unos interiores casi deshabitados para rodar las conspiraciones, la noche como elemento de misterio y una fantástica iluminación grisácea para los exteriores naturales. Todo esto choca de forma frontal con el irónico tono del protagonista, un Hugh Laurie, con uno de esos tipos inteligentes y con no demasiadas cualidades que borda, como hemos podido comprobar en su celebérrimo Doctor House o como malvado en la basada en la novela de Le Carré «El infiltrado». Él lleva todo el peso de la historia y los secundarios, en muchas ocasiones son simples comparsas, a pesar de que el reparto esté acertado y funcione.
Lo que sorprende es la evolución de la trama, pues según avanza va cambiando el sentido de la historia pues el primer capítulo nos presenta al personaje casi como una sátira de los gobernantes para ir mostrándonos a un ser corrupto en pequeña escala, adúltero pero con gran sentido del espectáculo, destacando en la radio y con la facilidad de convencer al electorado y a los integrantes de su propio partido. A partir de ahí, se nos habla de temas como la privatización de las prisiones y lo que esto afecta en los derechos humanos o el nulo poder de la prensa, capaz de tener una poderosa exclusiva y perderla por no conseguir terminar de armar el caso o plegarse ante intereses de inversores y núcleos de poder. En el fondo así es en Gran Bretaña como en el resto del orbe.
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