A mediados de los noventa “Jóvenes y brujas” conseguía reventar la taquilla con su mezcla de cine adolescente con una pizca de terror, sobre una chica recién llegada a Los Ángeles, que empieza como inadaptada pero pronto toma contacto con otras tres chicas, con las que comparte su interés en las ciencias ocultas, descubriendo que todas tienen poderes, que se les escaparán pronto de las manos, ya que una de ellas se convierte en líder queriendo poseer mayor poder y sometiendo al resto a sus designios. Una historia más bien tópica pero que por sus golpes truculentos y una visión algo pesimista de la condición humana, funcionaba en cuanto a entretenimiento y convencía con unas interpretaciones solventes, donde aparecía hasta Assumpta Serna.
Esta nueva versión comienza como la anterior con una joven que llega con su madre a casa de su nuevo amor, un hombre que vive con sus tres hijos. Comienza inadaptada en clase pero pronto se une a un grupo de tres compañeras con las que explotar sus recién adquiridos poderes mediante una serie de hechizos y sortilegios. Hasta ahí las similitudes, pues en la versión del 96 se ahondaba en los peligros de la acumulación de poder mientras que en esta es la lucha contra las fuerzas del mal que encarnan los hombres, en la línea de los nuevos tiempos basándose en la hermandad entre mujeres, los problemas de la homosexualidad, la lucha de las minorías y temas similares. El problema radica en que está mal contado, resultando desquiciado en su argumentación, por un lado pontificando como dogmas de fe las opiniones pero comportándose las chicas de una forma infantil, caprichosa e inmadura. Sorprende que en el momento que por culpa de un doble hechizo uno de los jóvenes del instituto muere, se responsabiliza a la protagonista por haber usado la magia de forma nada responsable cuando desde que adquieren sus poderes grupales no hacen otra cosa que usarla sin moderación para su uso y disfrute. Un guion que tarda en arrancar y que hasta la media hora final no desencadena ninguna acción determinante, limitándose a una mera sucesión de acontecimientos sin ningún desarrollo interesante, sólo ofreciendo una serie de actitudes demasiado típicas. En eso su responsable Zoe Lister Jones naufraga, como le sucede en la dirección aunque en este aspecto si intenta dotar de más empaque a su largometraje, que incluso en su primer acto homenajea al “Carrie” de Brian De Palma, lo cual se agradece aunque abuse de los filtros, las cámaras lentas y el plano tipo videoclip.
En lo que sí notamos más diferencia con la anterior versión es en las interpretaciones donde sobresalía una Fairuza Balk que parecía la perfecta encarnación del mal, bien secundada por las entonces emergentes Robin Tunney o Neve Campbell. Aquí, el cuarteto protagonista no aporta nada, incluso en un caso apenas mueve la cara en una de las actuaciones más frías e hieráticas que hemos podido ver en años en una producción de cierta relevancia, pues no debemos olvidar que detrás se encuentra Blumhouse. Lo más destacable es la solvente Michelle Monaghan de madre y un envejecido David Duchovny, que hace años que dejó de ser estrella, en un papel de padrastro, gurú de las relaciones sociales y que cree en la disciplina por encima de todo. De nuevo, lo que se nos plantea es la importancia de los sentimientos, de lo que pensemos, de revelarse contra lo que no nos gusta o nos permite realizarnos.
Esta nueva versión, no es un “remake”, tampoco una continuación al uso y desde luego queda lejos de los resultados de la anterior, que tampoco era una obra maestra pero por lo menos entretenía y pasaban más cosas. Entre lo que pretende contarnos una y otra hay un abismo pero ya se sabe que en estos tiempos que nos han tocado vivir el deseo se impone a la lógica y el sentimiento a la razón, cosas que serían disculpables si se contase bien pero este legado de las brujas noventeras es un descalabro total, imposible de salvar.
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