Asomado a la ventana – no quiero asomarme al balcón, para evitar pérfidas profecías – despido a este verano de barbarie y extrañeza que al menos a mí me ha dejado un amargo sabor de boca y la sensación de casi no haberlo vivido por la velocidad a la que ha pasado. No saco mi pañuelo. Hace mucho que no llevo uno en el bolsillo, posiblemente desde que era un niño y mi abuela los doblaba cuidadosamente antes de marcharme al colegio. Prefiero saquear la nevera y subir el volumen de mi reproductor. Ojeo impaciente y me detengo en este «Canyons» de pasaporte británico y ascendencia sonora del otro lado del Atlántico. Música ligera en los tiempos en los que a mucho los discos le pesa lo mismo que el móvil donde escuchan canciones en streaming. Esto es música con fundamentos. Los que dan la cara en cada canción. Andy Platts por un lado, con el soul de cercanías como tarjeta de presentación. Shawn Lee por otro. Aún recuerdo sus historias con Saint Etienne. Entre los dos facturan un disco de sencilla escucha y hondo calado. Ritmos calculados para dominar en la noche de camisas blancas y miradas cómplices, aunque se desdibujen con la presencia funesta de la necesaria mascarilla.
«Canyons» se alinea en las filas del soft pop o como queráis definirlo. Esa amalgama de música disco de apariencia inofensiva. Cuidado que muchas veces las apariencias engañan. Complicado no soñar con evasiones mientras mueves los pies al ritmo de «Dream woman» o escrutas sentimientos en la íntima «Long distance love affair» plagada de recuerdos de épocas pasadas y vídeoclips en la televisión. Si tuviese que poner alguna pega tal vez sería que todo parece tan estudiado y sofisticado que durante un breve instante por mi mente sobrevuela cierta sensación de artificialidad que puede que sea fruto de mi querencia a pasear por el lado salvaje. Pero se me borra o al menos queda cubierta ante la efervescencia pop/soul de «Danny Jamaica» por poner solamente un ejemplo. Venga, le voy a colocar otra marca, y es esa continua sensación de estar escuchando algo que ya conoces de sobra con una fidelidad excesiva. Posiblemente sea su gran error – e intuyo que posiblemente no sea la palabra más correcta para definirlo -, el continuo deja vu en el que me veo inmerso. Un muy buen disco con una producción impoluta y un sonido que se te pega en la piel. Unas canciones que disfrutas sin preocupaciones que vayan más allá de las mundanas. Pero a la vez, una falta de alma que igual termina dejándolos en el cajón aquel donde reposan aquellos que pasan demasiado tiempo sin volver a sonar en mi equipo. ¡Vaya lío!.
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