Hay carreras marcadas por un papel. Fabulando; ¿qué hubiese sucedido si Clint Eastwood, no hubiese aceptado viajar a Europa para protagonizar “la trilogía del dólar” de Leone? Tal vez se hubiese quedado en el olvido como el protagonista de la serie “Rawhide”, no habría trabajado con Donald Siegel, fundado su productora Malpaso y convertirse en uno de los directores de cine más importantes de la historia. Nunca se sabrá. Con Bryan Cranston pasa algo similar, ya que hasta su inmortal Walter White en “Breaking bad” no había conseguido más fama que por su neurótico padre en la sitcom familiar “Malcolm”. Un nombre que en los repartos para la pantalla grande aparecía bastante abajo y sin ninguna trascendencia, pero fueron las cinco temporadas con Vince Gilligan lo que le catapultó a un estrellato que mantuvo durante unos años, consiguiendo hasta una nominación al Oscar por «Trumbo».
Pero el tiempo pasa y Cranston ha perdido esa popularidad, aunque sigue trabajando con cierta asiduidad. Fruto de ello, ahora protagoniza esta producción para Disney inspirada en un hecho real. Una de esas historias, tan de la compañía del “Raton Mikey”, con animales antropomorfizados, que hablan, piensan e incluso tienen mirada humana. En este caso, es un gorila criado en un pequeño circo en un centro comercial, al que la llegada de una cría de elefante y una promesa a otro paquidermo fallecido le harán replantearse su existencia y querer ser libre, descubriendo su antiguo don para la pintura. Como se puede ver, un alegato políticamente correcto sobre la abolición de los espectáculos con animales y su vida en cautividad, aunque los zoológicos salgan bien parados. Todo previsible y en comunión con la opinión mayoritaria en estos años, donde a una niña “repipi” y de argumentos infantiles y sentimentales hay que valorar más que a los adultos, los medios de comunicación comprometidos sirven de altavoz, del cual no se puede dudar para que al final una masa enfurecida, como de la que nos habla Douglas Murray en su imprescindible libro, condene a los culpables y consiga sus objetivos. En la vida real, el padre de la niña y el responsable del espectáculo hubiesen terminado, con probabilidad, arruinados y encarcelados, la madre, enferma grave, fallecida y la niña en un orfanato, aunque la periodista sí hubiese prosperado. Pero, en Disney todos acaban felices y, como no hay nadie malo del todo, sus culpas son perdonadas.
En lo técnico, la cinta combina la acción real con los efectos visuales de todas las criaturas no humanas que aparecen por pantalla. Un hibrido entre la fallida «Las aventuras del Dr. Doolittle”, el «Dumbo» de Tim Burton y la última versión de «La dama y el vagabundo». Es lo más destacado, junto a la banda sonora de Craig Amstromg. Sobre el guion, pues no tengo claro si a los destinatarios objetivos del largometraje gustará pero toda su primera parte resulta soporífera, tardando en arrancar aunque se agradece que su ecologista mensaje no sea en exceso maniqueo, pues no se ve a nadie que sea un villano, solo gente que ama los animales pero intenta sobrevivir gracias a ellos. Una distinción clara el lado correcto de pensamiento y el errado que hay que combatir.
La dirección se limita a no complicar la puesta en escena, sabiendo que los protagonistas son los CGI, limitándose Thea Sharrock a una realización académica y sin riesgos, como la gran mayoría de los artesanos que pueblan Hollywood como responsables. Y de la dirección de actores, poco se puede decir: los de “carne y hueso” cumplen y las famosas voces de gorilas, perros, elefantes, focas, conejos y gallinas dan ese marchamo de calidad a este “El magnífico Iván”, una película que sin la pandemia se hubiese estrenado, con probabilidad, en cines pero que Disney, al igual que con “Mulan” y «Artemis Fowl» ha decidido que sea en su plataforma, en una estrategia arriesgada pero que parece que resulta.
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