Tras la primera jornada la temporada pasada con “El oro del Rhin”, continúa la monumental tetralogía wagneriana de “El anillo del Nibelungo” con la ópera más representada del ciclo: “La Valquiria”, en un Teatro Real de Madrid, con lleno en todas las representaciones, desde el 12 hasta el 28 de febrero. Una producción de la Ópera de Colonia que vuelve a traer a la capital de España, la inmortal pieza de Richard Wagner, diecisiete años después de su última representación, que vimos en su día.
En el capítulo positivo hay que reconocer el enorme talento de Pablo Heras- Casado, un director de orquesta cada vez mejor y que dirigió con brío (y sin batuta) a la Sinfónica de Madrid, con mejor fortuna que Peter Schneider en la producción de 2003, que contaba con una extraña escenografía y dirección escénica de Willy Decker, con un mar de butacas donde los dioses veían la representación de un mundo que se venía abajo. Ahora es el turno de Robert Carsen en la dirección y Patrick Kinmonth es la escenografía. Tampoco nos ha convencido, al ambientarla en un lugar nevado que parece la estepa rusa en plena II Guerra Mundial, aunque a pesar del ambiente y vestuario bélico no representan ni a nazis ni soviéticos. El inicio intenta ser arrollador con el escenario cubierto de nieve donde unos cuantos soldados intentan buscar al fugado Siegmund. Llevan unos pastores alemanes que ladran en el escenario. Es “resultón” pero interrumpe los excepcionales “crescendos” y “diminuendos” del preludio al primer acto. Luego todo prosigue sobre un campo de municiones, con tienda de campaña detrás, que simula la vivienda de Sieglinde y Hunding. El segundo acto, nos lleva en la primera escena a un palacio de montaña, donde Wotan y Fricka discuten, para pasar a un desolado paisaje nevado, con un jeep destrozado (¿por una bomba?) donde llegará la conversación entre Siegmund y Brünnhilde y el posterior combate mortal con Hunding. El tercer acto mantiene la infernal localización, con multitud de cadáveres yacientes, unos “resucitados” por las valquirias y otros olvidados. Allí llegará el diálogo y el castigo de Wotan a Brünnhilde por desobedecer sus órdenes y el final, con el círculo de fuego alrededor. Entendemos la idea y en algún momento aplaudimos su planteamiento, con fuego real en los tres actos, en una hoguera, una chimenea y una línea de llamas, como la buena capacidad para trasmitir de todos los cantantes, como actores aunque no aprobemos buena parte de su planteamiento, intentando ser novedoso (sin serlo) y enmendando la plana al propio Wagner. El vestuario parece alemán de la década de los cuarenta, pegando con Fricka pero no con las valquirias, ya que el resto son uniformes de guerra. Espantosa es la resolución con el “círculo de fuego”, ya que ni hay roca ni “círculo de fuego”, limitándose a una metáfora con la línea de llamas antes descrita. Como apunte, de nuevo cosas que no se terminan de entender en la traducción pues en la última estrofa Wotan canta como Dios, advirtiendo que “-quien tema la punta de mi lanza, no traspase jamás este fuego-” (sonando el tema de Sigfrido). Es una amenaza, ya que no es ni adivino, profeta o cosa parecida y no expresa vaticinios.
En el capítulo artístico un interesante barítono como el polaco Tomas Konieczny que funcionó de forma eficaz, aunque Wotan exige más de bajo- barítono, faltando algo de fuerza vocal al personaje (sobre todo en su exigente final). El australiano Stuart Skelton fue un Siegmund eficiente, con una bonita voz de tenor heróico aunque no pudimos obviar las comparaciones con el Placido Domingo del anillo de Schneider aguantando el envite el “aussie” (que bien sonaron sus dos “-Walse-”, largos y poderosos), como sucedía con la Sieglinde de Adrianne Pieczonska con Waltraud Meier. Correcta, pero algo “gritona” la Brünnhilde de la alemana Ricarda Merbeth que fue de más a menos y un René Pape que puso su clase al servicio de la obra como Hunding.
Una “Die Walküre” que funcionó y gustó al público madrileño aunque dudamos que pase a la historia y donde queda claro que estas puestas en escena posmodernas acaban por arrasar el espíritu original de la ópera. Seguimos prefiriendo los yelmos, lanzas, valquirias guerreras y espadas clavadas en árboles que todos estos vehículos en mitad de la nada, cánidos en escena y fusiles de asalto.
0 comentarios