Desconozco si son malos tiempos para la lírica. Desde luego parecen ser para la libertad de pensamiento. Siempre que no coincida con el de quien más grita, ojo. Rostros encubiertos que pretenden dar lecciones de vete a saber tú. Redes sociales que arden porque gente que parece haber olvidado que las piedras en el camino son con las que tropiezan tus pies, no las que pretenden colocar virtualmente unos y otros. Como si lo que me pretende asegurar con dictarorial fuerza moral alguien escondido detrás de un seudónimo me importase una puñetera mierda. La realidad es mirar hacia un lado mientras escribo y ver a mi hijo terminar la tarea del colegio. Notar mi nariz fría por el frío del invierno. Sentir la mirada cómplice de mi mujer cuando pasa a mi lado. Resolver los problemas adolescentes de mi hija mayor como si la vida fuese en ello. Esa es mi realidad, no la de una serie de opiniones cruzadas que pasan más tiempo en la oscuridad de mi bolsillo que en la escasa lucidez de mi mente. ¿A quien importa si charlatanes de feria como Antonio Burgos pretenden convertir sus parrafadas en evangelios, por ejemplo?. Para que la gasolina arda siempre es necesario un imprudente con un mechero.
Dosis de realidad es mirar la cuenta corriente para ver si han dejado de llegar facturas. El jodido despertador cuando aulla a las seis de la mañana. Ese libro que ando leyendo cada vez que consigo sentarme un rato. Este disco que llena de armonías la casa. Puede que sean malos tiempos para la convivencia, pero no para la música. Al menos desde el punto de vista del arte. Otra cosa es la cuesta abajo del negocio. Ya no me sorprende la cantidad de propuestas de calidad y variedad que se mueven en este país nuestro al que cambiaría todas las banderas por unas guitarras, bajo y batería, por mucho que pueda desesperar el honor de alguno o la alta conciencia ideológica de otro. Es una realidad que existen bandas dejándose la piel y el tiempo para poner frente a nuestras narices discos que son una maravilla en cualquier aspecto. Es el caso de Moon Cresta. Vienen de la punta opuesta a mi Sur del Sur, Vigo, norte desde mi atalaya, sur a su vez para quien los contemple más arriba aún. Este es su cuarto disco, donde se dan la mano tanto las influencias del rock clásico bañado en sonidos funk como de ese metal de los 90 donde este también hacía acto de presencia y cuyo principal representante pudiese ser RATM, algo que se puede comprobar por ejemplo en «Here we are».
Un disco redondo -larga vida a los tópicos- donde te encuentras desde un medio tiempo sublime emocionalmente como es «Misfortune always comes again», la rítmica «The myth of the rolling rock» que abre el disco o esos sonidos clásicos de «No time to waste» donde el recuerdo de Led Zeppelin se hace más que presente. «Civil fuzz brigade» se convierte en un disco variado en cuanto a sonidos, porque Moon Cresta se niegan a encasillarse o alinearse de manera fija a una sola manera de entender la música dando rienda suelta a sus influencias siendo capaces de encauzarlas para que a pesar de que estas se encuentran presente en las canciones no por ello sean capaz de tapar o absorber la personalidad de una banda que atesora ya bastante experiencia. Recurren a los juegos vocales como en «Charlatan» y su elegante sonido o el funk rock de «Somenone has put a spell on you».
En definitiva, Moon Cresta se han sacado de la manga -venga, otro tópico más en primera línea- uno de esos discos ideales para hacer sonar a toda voz cuando el cuerpo y la mente más necesitan el poder sanador de la música. Por supuesto no quiero dejar pasar sin comentar la importancia de la producción, obra y gracia de Pablo Iglesias (Kannon, Los Piratas, Lagartija Nick o Killer Barbies) al que no se si habrán ofrecido la vicepresidencia de algo, pero que ha realizado un fantástico disco tras los controles de este disco grabado en los Estudios Radar de Vigo. Manu Doble L, Manu Ares, Antón F Piru y David Vázquez son los principales protagonistas de esta historia editada por The Fish Factory.
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