Cuánto cuesta dejar atrás la solemnidad literaria y poética, la seriedad que se instala automáticamente a la hora de escribir. Y, sobre todo, la conciencia, al escribir, de que estamos escribiendo, que eso quizá nos viene de la escuela, donde se nos trasmitió que los escritores eran unos señores que sabían mucho y tal.
Posiblemente estamos perdiendo esta guerra particular contra la solemnidad literaria, pero tenemos que dejar el testimonio para que los que vengan detrás, cojan un lápiz y un papel y empiecen a escribir sin sentir que están haciendo algo raro, importante, sino más bien algo lúdico, como jugar a las canicas o saltar a la comba.
Por esto, convocamos a todos los partidarios de la ligereza, de la facilidad en la literatura, del juego con las palabras. Se trata posiblemente de la mayor, de la máxima forma de expresión, de la (poca) libertad que tenemos y, siendo así, nos parece que uno no puede dejar sus grifos cerrados, sino que hay que abrirlos y pedir más grifos a los fontaneros de las letras libres para poder expresar, manifestar, evacuar todos los sentimientos y convicciones que llevamos dentro o que pasan a través nuestro, para que los demás las conozcan, y así nos conozcan y, sobre todo, se conozcan ellos al leernos.
Leyendo aprende uno a expresarse. A escribir se aprende escribiendo, no leyendo. Llega un momento en que sucede el lenguaje, la conexión entre la gramática, los sentimientos y la síntesis al expresarlos. La lectura, hace de no poca carcasa que oscurece la esencia propia del ser; de la que hay que despojarse tarde o temprano. A cierta edad, todos tenemos las suficientes experiencias como para poder escribir, a partir de ahí, sobre todo lo que se ponga delante del campo de visión.
Con frecuencia la mente se va, como con el corazón hacia una no se qué pureza, al crecer como persona, lo que nos hace creer que hay que ser bueno en todo, y contra eso hay que luchar en la escritura, para no perder la objetividad de la vida y poder escribir y expresar todo lo que haga falta. Porque la escritura es libre.
Se puede y se debe escribir sobre cualquier tema, que no hay temas más decentes o apropiados que otros. La dignidad de un tema la establece el que escribe sobre él, y no la sociedad, o el mundo, o la moda, o las convicciones podridas de los bienpensantes, que hay muchos más de los que nos parece en una primera impresión.
Ángel Ferrer y Narciso de Alfonso
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