Hace unas cuantos lustros nos deleitamos con la ópera “L’ Orfeo” de Monteverdi en el Teatro Real de Madrid, con una impactante entrada de su director musical Jordi Savall, apareciendo cruzando el patio de butacas mientras sonaban los acordes de la fanfarria introductoria hasta llegar a su puesto de conductor. Anoche mientras observábamos el inicio de “La miel es más dulce que la sangre” recordábamos ese momento, pues una voz femenina canta “la Tarara” mientras hace el recorrido contrario al de Savall desde el escenario hacia la salida con el mínimo acompañamiento de una luz y de su voz. Desde ese momento supimos que la compañía colombiana “L’ Explose” iba a ofrecer un acertado espectáculo.
No nos equivocamos, pues la obra es un acercamiento a la figura de Federico García Lorca uniendo el cante con la danza contemporánea, mezclando con sabiduría, con una dramaturgia y puesta en escena que impresiona y un argumento sencillo de seguir. Una hora de duración donde se condensan los miedos del poeta de Granada, con un inicio donde unen la homosexualidad con la religión, en una escena con una Virgen clavando las “potencias” de su corona por el cuerpo del bailarín, que antes ha tenido un dueto sensual con otro varón. Todo matizado con toques de surrealismo, cosa que podemos notar ya desde el título con el homenaje al cuadro de Salvador Dalí, aplicados a su puesta en escena, con un escenario desnudo sin nada detrás y con el acompañamiento de un bosque de maderas terminadas “en U” y un esqueleto de caballo que comienza en el suelo para acabar colgado en la parte superior. Eso le permite ir dividiendo los actos, en pasajes que narran la vida de Lorca con parte de su trayectoria, tanto en poesía como en teatro, pues en un momento las bailarinas femeninas aparecen vestidas de negro como en “La casa de Bernarda Alba” o en otro los fósiles árboles sirven de arma para un crimen que nos evoca “Bodas de sangre”.
La parte lírica de “Poeta en Nueva York” o el “Romancero gitano” se ejecuta, con astucia, con cante de Clara Rozo y guitarra en vivo de Camilo Giraldo, quien también es el autor de la música original, con un final donde se levanta una pequeña porción del suelo negro, apareciendo una moqueta roja donde uno de los bailarines se arranca en el más puro espíritu del flamenco.
Tino Fernández consigue una dirección trabajada y unas coreografías que interesan y que consiguieron el silencio cómplice de los espectadores, que incluso cesaron las toses y carraspeos, para arrancar en una fuerte ovación al finalizar. Señal de que el público se contagió ante lo que estaba viendo y ante la elaborada dramaturgia de Juliana Reyes, sumados a un cuerpo de baile formado por siete personas, donde se lucen más los tres varones (Ángel Ávila, Diego Fetecua y Yovanny Martínez) con más “pas de deux” que las féminas, donde su momento es con el llamativo paso a cuatro de la parte de “Bernarda Alba”. Aun así se pudo ver el talento de Ángela Cristina Bello, Aleksandra Rudnicka, Luisa Fernanda Hoyos y Luisa Camacho. Todos consiguen que “La miel es más dulce que la sangre” llegue a “buen puerto” y confiamos en que su repercusión sea grande, pues lo merecen. Agradecemos estos espectáculos de danza contemporánea con un sentido escénico y narrativo, lejos de esos ensayos onanistas que nadie entiende y a casi nadie gusta, salvo al autor y una reducida “corte esnob”. Aquí estamos ante una obra con una estructura definida, que aporta un valor al ballet moderno, a los textos de Lorca y a la cultura. Y representado en un espacio mágico como es el Gran Teatro Falla.
Fotografía cortesía de Silvia Salado
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