Tras el cine mudo, ahora toca avanzar y repasar el cine de terror de los años 30 y 40.
Drácula (1931)
Llegó el cine sonoro. Al contrario que Murnau, Carl Laemmle Jr sí pagó a la viuda de Stoker para que Tod Browning adaptara Drácula aunque realmente adaptó la obra de teatro que se representaba en Londres. Lon Chaney iba a interpretar al conde vampiro pero murió poco antes del rodaje (se dice que víctima de las mezclas tóxicas que él mismo preparaba para fijar sus impresionantes maquillajes). Para sustituirle eligieron a al actor húngaro que interpretaba a Drácula en la obra de teatro, un actor que no hablaba bien inglés y que era adicto a los opiáceos: Bela Lugosi. La iconografía típica del conde vampiro que todos tenemos en la cabeza (elegante, con capa, peinado hacia atrás y pelo con pico en la frente) proviene de este Drácula de 1931. El maquillador Jack Pierce elaboró un maquillaje para Lugosi pero éste lo rechazó. Como estamos a inicios de los años 30, Browning no muestra los colmillos de Drácula ni los signos de mordeduras en el cuello de las víctimas. Universal fue muy hábil a no mostrar nunca en pantalla nada explícito, preferían intuir y dejar volar la imaginación del espectador, amén que ciertas imágenes no hubieran pasado la censura de la época. La versión en castellano, rodada durante la noche cuando el set de rodaje estaba vacío, no está exenta de encanto y hay quien la considera superior. Bela Lugosi acabó interpretando a cualquier monstruo que le ofrecieran, murió creyéndose un vampiro y fue enterrado con su traje de Drácula. Además Lugosi inspiró a Bauhaus el tema Bela Lugosi’s dead y le puso en bandeja de plata el Oscar a Martin Landau por interpretarle en Ed Wood.
Frankenstein (1931)
Tras el éxito de Drácula, los Universal Studios se lanzaron como locos a adaptar al cine los clásicos de la literatura de terror. James Whale hizo lo propio con el clásico de Mary Shelley y creó esta joya del cine, llena de poesía y escenas inolvidables. En Frankenstein Whale fue el primer director que movió la cámara mientras rodaba, lo que supuso toda una revolución. El cine dejó de ser algo estático para ganar dinamismo. Whale creó otro icono del cine de terror, la recreación del monstruo a manos de Boris Karloff. Esta vez sí que Jack Pierce pudo elaborar el maquillaje del monstruo creando la icónica e inmortal imagen de la criatura. De Frankenstein me fascinan la fotografía y esos fondos pintados a modo de paisaje. De la miríada de secuelas que hubo, me quedo con La novia de Frankenstein (1935), también de Whale y con la inolvidable Elsa Lanchaster como la novia del monstruo (con un no menos impresionante maquillaje de Jack Pierce). Boris Karloff repitió varias veces como el monstruo de Frankenstein y acabó encasillado en este personaje aunque también fue La momia (The Mummy, 1932) y El ladrón de cuerpos (The Body Snatcher, 1945).
La parada de los monstruos (Freaks, 1932)
Tod Browning realizó para Metro Goldwyn-Mayer uno de los alegatos más descarnados en favor de los marginados en esta imprescindible cinta. Browning usó a atracciones de feria reales como actores. No es que dé miedo hoy día, pero su temática circense y su sorprendente final fueron decisivos en el desarrollo posterior del cine de terror. No te pierdas esta joya.
Vampyr, la bruja vampiro (Vampyr – Der Traum des Allan Grey, 1932)
Volvemos a Europa. Otro genio del séptimo arte, Carl Theodor Dreyer nos trajo esta obra cumbre del expresionismo alemán. Dreyer adaptó la novela de vampiros Carmilla, de J. Sheridan Le Fanu. Concebida como muda, se añadieron posteriormente los escasos diálogos que contiene. Los juegos de sombras y su fascinante simbología la convierten en un film imprescindible. Hasta Coppola copió los juegos de sombras para su Drácula 60 años después. Esta historia de brujas vampiro no ha perdido su capacidad para crear malas vibraciones en el espectador. Una obra maestra.
¿Qué pasó con la Universal? Debido a la gran depresión, Carl Laemmle y Carl Laemmle Jr se vieron forzados a abandonar los Universal Studios en 1936, lo cual se tradujo en una pérdida de calidad en las producciones posteriores. En los 40 los nuevos amos de la Universal decidieron estirar el éxito de sus monstruos y proliferaron como churros las secuelas y cruces inverosímiles de monstruos (como El hombre lobo contra Frankenstein o El hijo de Drácula) en producciones cada vez más baratas y lamentables. Este reciclaje de monstruos de sobra conocidos y con presupuestos cada vez más reducidos acabó dando origen la llamada Serie B. Incluso acabaron usándolos como reclamo en películas de humor (Abbott y Costello contra los fantasmas, 1948). Casi 100 años después Universal amenaza con seguir rentabilizando estos personajes a base de ridículos remakes saturados de efectos especiales, ninguna idea nueva y la aterradora presencia de Tom Cruise.
Por su parte, James Whale dirigió también la sorprendente El hombre invisible (1933, con Claude Rains), film precursor del posterior cine de mad doctors que triunfaría en décadas siguientes. Pero la estrella de James Whale se apagó pronto, en la década de los cuarenta Whale cayó en el ostracismo debido a una serie de fracasos comerciales y el rechazo por su homosexualidad. Acabó suicidándose en 1957. Muy recomendable el film Dioses y Monstruos (2002, de Billy Condon) sobre los últimos días de James Whale.
Dentro de la década de los 40 debo destacar que otros estudios decidieron explotar el filón del cine de terror. Así RKO lanzó La mujer pantera (Cat people, de Jacques Tourneur, 1942) que no dejaba de ser una versión femenina del mito del hombre lobo. Sin embargo el film fue todo un éxito gracias a los felinos ojos de Simone Simon y la acertada dirección de Tourneur. La escena de la piscina ha pasado a la historia por el uso de las sombras y la construcción del suspense. Fue tal el éxito de La mujer pantera que tuvo una innevitable secuela (El regreso de la mujer pantera), una versión masculina en El hombre leopardo (también de Jacques Tourneur, 1943) y hasta un remake en los 80 (del cual lo único destacable fue la canción de Bowie con Giorgio Moroder y la presencia de Natassja Kinski). Vemos que el cine de terror ha sido un género muy propenso a repetir fórmulas.
La torre de los siete jorobados (1944)
No podemos olvidarnos de la española La torre de los siete jorobados, dirigida por Edgar Neville en 1944). Neville era conocido por sus sainetes costumbristas pero en este film derivó hacia el cine fantástico. El pícaro protagonista pronto se encuentra fantasmas y jorobados por doquier en una ciudad subterránea debajo del castizo Madrid de 1900. Hay que destacar los excelentes decorados y el expresionista trabajo de iluminación (las sombras recuerdan a las de Nosferatu o Vampyr). Esta singular propuesta de la España de la posguerra y el hambre fue todo un fracaso en su día aunque su singularidad le ha hecho ganar adeptos con el paso de los años.
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