Llegar a una ciudad en la que nunca hubieses imaginado que recalarías, pasear bajo la lluvia y toparte con un cartel de una actuación de Malcolm Holcombe para esa misma noche, es algo milagroso. Cruzarte a lo largo del día y la noche con gente amable para terminar en una pequeña sala acogedora y montada con buen gusto era síntoma que la velada sería algo más que agradable. A las 21 horas exactas llega el hombre; surge entre los allí presentes, un rápido saludo y empieza el viaje a través del sur más profundo de estados unidos.
Inmediatamente tus neuronas se empapan de olores y sabores que las composiciones de Malcolm transmite. Unas historias que se asemejan a las de las uvas de la ira cantadas por un trovador asfáltico, un cruce entre, Blaze Foley y John Hiatt.
¿Qué temas tocó? Poco importa, cada palabra, cada sílaba es esculpida y escupida en los sentimientos más profundos. Sus historias se pasea de Biloxi a la frontera del Paso, vendedores de Morfina, espaldas mojadas y huérfanos comparten protagonismo con seres en busca del perdón de Dios, de una mano tendida o simplemente de un amor sincero.
Y tras hora y media de pura honestidad, Malcolm se despide, firma, se fotografía con sus fans con una sonrisa traviesa. A la salida está sólo con su guitarra apoyado en una pared, fumando y escuchando el sonido de la lluvia en los charcos del recuerdo.
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