Comentábamos en la anterior reseña teatral sobre la obra «Rojo», el interés suscitado por estos textos donde los protagonistas son personajes reales y conocidos como «El encuentro entre Descartes y Pascal joven» o la anteriormente citada sobre el pintor Mark Rothko. En «Copenhague» lo que se encuentra es una fabulación sobre la visita del físico Werner Heisenberg en plena Segunda Guerra Mundial a su profesor y mentor Niels Böhr en su residencia en la capital danesa. Nunca trascendió de que se hablo allí pero se sabe que su vieja amistad quedó rota y no se volvieron a ver, cosa sencilla en tiempos de conflictos bélicos y más en bandos rivales, pues el alemán era el encargado de la física teórica con los nazis y el danés ayudó a los aliados. Como es sabido, el proyecto de Oppenheimer fue el que consiguió la fusión nuclear del uranio y con ello la creación de la bomba atómica que tan devastadores efectos causó desde su primer lanzamiento en Hiroshima.
Narrada de forma original, el escritor Michael Freyn nos ofrece una lúcida reflexión sobre el uso de la ciencia para desarrollar armas, el inmenso abismo ético que se plantea en dos científicos, dos titanes en su campo que pueden convertirse en descubridores de la mecánica cuántica como en parte del engranaje de la energía nuclear en plena guerra. Todo comienza desde un futuro incierto donde todos han fallecido y por lo tanto pueden recordar ese reencuentro muchos años antes con la visita de Heisenberg a Böhr y su esposa. Una técnica que en cine recordamos desde «El crepúsculo de los dioses» de Billy Wilder donde quien narraba la historia era un fallecido. Una solución espléndida y que se acrecenta al ser narrado desde un lugar indefinido; ¿el purgatorio?. A partir de ahí comprendemos toda la serie de dilemas morales entre dos hombres de ciencia, dos teóricos y dos egos que luchan por el afán de descubrimiento, de sabiduría pero con los problemas éticos de entregar sus conocimientos a una abyecta causa. Su director escénico, el argentino Claudio Tolcachir ofrece una puesta en escena apabullante y en la hora y media de duración nos presenta dos mentalidades complejas y con serias implicaciones morales. Humano, demasiado humano, citando a Nietzsche. Para cimentar su edificio utiliza una escenografía más que efectiva con un jardín con árboles alrededor apoyado en una excelente iluminación y unos actores en estado de gracia, pues Malena Gutiérrez y, sobre todo, Emilio Gutiérrez Caba y Carlos Hipólito ofrecen unas interpretaciones contenidas pero excelsas, en cada movimiento, en cada inflexión de voz, rayando la perfección. Tolcachir vuelve a demostrar lo enorme director de actores que es sumado a un sentido de la dramaturgia que le sitúa como uno de los mejores en su campo.
Una obra recomendable por lo que se cuenta y como se cuenta. La magia del teatro cuando tenemos un argumento sólido, un texto magnífico que nos hace pensar sobre la condición humana y unas condiciones artísticas inmejorables. Un clásico contemporáneo del teatro. ¿Se puede pedir más?
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