Hay un muchacho nuevo que está, como casi todos, de paso, theodore, que nació en spoon river, sí, y ya de niño se pasaba horas y horas esperando a que el cangrejo de río saliera de su agujero: con los ojos fijos en la entrada veía primero las antenas trémulas y, después, el cuerpo duro del crustáceo color de greda: qué sabe, qué desea, para qué vive el cangrejo, se preguntaba con pasión y fervor el jovencísimo theo.
No pudo ya escapar del encuentro con la belleza que se produjo para él a orillas del spoon, cuando bajaba turbio, en forma de cangrejo de río. Años más tarde, theo seguía preguntándose, ya en relación con los hombres y las mujeres: ¿qué saben, qué desean, para que se arrastran con tanto afán, cuando termina el verano, por la orilla arenosa que no cubre el agua?
Theo fue un gran amante de la belleza y, por fin, la belleza lo aceptó. Fueron tiempos muy difíciles para theo, e incluso hoy en día no son fáciles para él, que se dice a todas horas: sólo soy mi vecino, el vecino del 4ºB cuando no está de vacaciones. Soy apenas mi perfil, mi suroeste, mi terco lateral. Siento enorme desazón y me extraño mucho, mucho. Ay, theo.
El bueno de pessoa, por su parte, duda de que nuestra imaginación de lo imposible sea sólo nuestra, humana: argumenta que ha visto gatos mirando a la luna y que no sabe si la querían. En fin, utilizando, más o menos, su estilo, creo que se podría dudar del bueno de pessoa, ya que no sabemos si vio realmente gatos o, más bien, las colas peludas de la nada, que estaba tal vez mirando la luna, como él dice.
César (a quien le encanta dar la nota) llama a los muchachos gravísimos cetáceos, solamente porque gimen de memoria. Les dice que sufren de una glándula endocrínica (pero no de cuál) y se queja constantemente de que se sientan en su triple desarrollo. Mientras, toca (nada mal, por cierto) el piano, clavado con diez horizontes: es un ocho carnal y mortal, con mis orejas de niño, responde cuando alguien le pregunta.
Ezra, que tampoco rechaza el protagonismo, dijo de theo, el poeta de spoon river, cuando se lo llevaron para que lo diagnosticara: alienta en él un dios, aunque no sé qué dios. Los muchachos le replicaron enseguida, frontalmente: es un sonido seco y frívolo en el lugar del corazón. Y otro: es un punto de miel que se le está muriendo en el olvido. Y otro más: son muchas rosas rojas en la noche caliente de su sangre. Y otro: es un salón con mil ventanas. Y otro más: en su hueso frontal hay una tuerca sin tamaño que golpea y suena por las noches. Ezra, con la autoridad del prestigio, respondió: lo que decís sucedió hace más de una vida, pero ninguno de vosotros sabe en qué consiste lo contrario del dolor. Hoy, ahora, el viento crece circularmente y un árbol se quema con las venas de madera mojadas. Alienta en él un dios, aunque no sé qué dios.
Ya ves cómo se las gastan los muchachos cuando algo les apasiona, que es (casi) siempre. En estos balconcillos de clima agradable se oye decir con cierta frecuencia que la vida es absolutamente irreal en su realidad directa o, dicho de otro modo: así, en bruto, sólo nos quedan unas irreales piezas sueltas: hombres y mujeres, amores (supuestos), vanidades, subterfugios de la digestión y del olvido, gentes que se agitan como bichos cuando se levanta una piedra, una cosa muy triste con algunos intervalos menos tristes.
Se trata de una visión más bien… pesimista, extendida sobre todo por el bueno de pessoa, que la complementa diciendo que toda toda la literatura es un esfuerzo por volver real esa vida que, sin literatura, es absolutamente irreal. Ay, pessoa, se le negaron demasiadas cosas humanas considerando que era un ser humano.
Los demás, los otros, son las únicas pistas que tenemos para conocernos un poco más. Si te gusta el color hueso, es porque es el único que se ha comido la lengua.
por Narciso de Alfonso
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