Si la primera temporada de WestWorld me resultó un estimulante ejercicio de malabarismo narrativo, debo admitir que en esta segunda los giros argumentales han acabado por hastiarme. Una pena que todo lo construido de forma impecable en la primera temporada se haya complicado tanto en la segunda que el espectador acabe perdiendo el interés. Si el ritmo de la primera era pausado y se iba acrecentando paulatinamente, en esta segunda el ritmo tiene unos parones imperdonables que, unidos a la confusión narrativa, hicieron aparecer en quien escribe estas líneas una frustrante sensación de tomadura de pelo. El tedio se apodera de la trama mientras los personajes corren de un lado para otro en un eterno flashback. El espectador nunca sabe a ciencia cierta cuando ocurre lo que estamos viendo ya que la confusión y la pérdida de memoria del personaje de Bernad (Jeffrey Wright) se contagian al espectador. Bernard lucha no solamente por sobrevivir sino por descubrir qué demonios ha pasado en todo este caos reinante en la segunda temporada. Las máquinas han tomado consciencia de su propia existencia, se han rebelado y ha estallado la guerra. El caos toma el control. La serie se torna más violenta, si cabe. Sin embargo, resulta mucho menos estimulante. Ahí siguen esos espectaculares paisajes del oeste norteamericano y esa impecable factura técnica, pero se ha perdido el factor sorpresa. La serie sigue apostando por conceptos filosóficos más que interesantes como la inteligencia artificial, el libre albedrío, la búsqueda de la inmortalidad o la memoria. Diría yo más, Westworld es un laberíntico estudio sobre eso que llamamos realidad. Todo ello la convierte todavía en un estimable ejercicio televisivo que invita a la reflexión. Una pena que tanta reflexión acabe por ahogar la trama. Peor todavía, hay tramas que no aportan nada más allá de rellenar minutos, evidenciando las carencias narrativas de una trama que no da más de sí. Ni el episodio ubicado en el Japón feudal ni el centrado en el indio Akecheta acaban aportando gran cosa. Tampoco el personaje de Karl Strand (Gustaf Skarsgård, el inolvidable Floki de Vikingos) viene a tener ninguna relevancia. Seamos claros, estos 10 episodios podrían haberse comprimido en 6 y nadie hubiera echado nada en falta.

A mí me dio la sensación de que Westworld está agotada y no daba más de sí. La idea de desarrollar el film de Michael Crichton en una serie me pareció genial. Jonathan Nolan y Lisa Joy han ido mucho más lejos de lo que fue el film original, bravo. No debemos olvidar que estirar las tramas hasta lo inverosímil nunca da buen resultado. Si Bernard está sumido en la confusión, el resto de personajes tampoco nos sirven de mucho a la hora de fidelizarnos a la serie. Dolores (Evan Rachel Wood) ha mutado en una aguerrida líder de una revolución, Maeve (Thandie Newton) sigue buscando a su hija mientras desarrolla nuevas habilidades (es la trama que más me ha divertido) y El hombre de negro (Ed Harris) sigue buscando no sabemos qué. Los personajes parecen haberse subido a un carrusel que por muy rápido que gire siempre acaba en el mismo lugar. Cabalgan sin rumbo de un lado a otro mientras el espectador se desespera intentando reunir las piezas de este puzle. Quizás la enrevesada mente del hermano de Christopher Nolan nos esté exigiendo demasiado a los espectadores (reconozco que me perdí más de una vez e incluso en alguna ocasión me quedé dormido). Por suerte, la cosa remonta en un memorable episodio final de hora y media que viene a cerrar tramas de una manera más que aceptable, pero el daño ya estaba hecho. El torpedo del tedio impacta cerca de la línea de flotación, la nave hace agua pero no se hunde. Eso sí, me gustó mucho lo del pórtico y todo lo que le rodea.

Si pensamos que ya está confirmada la tercera temporada, esta segunda ha servido de transición hacia lo que veremos próximamente.  Por cierto, no os perdáis la impactante escena tras títulos de crédito del último episodio (al más puro estilo Marvel) sobre uno de los personajes clave.

Crítica de la segunda temporada de Westworld

by: Luis Cifer

by: Luis Cifer

Luis Cifer, nació en la ciudad del cierzo. Se dice que siempre viste negro, que Luis no es su nombre real y que duerme en la calle. Otros dicen que tiene un trabajo, que no bebe alcohol e incluso que es padre de familia, pero no hay nada confirmado. También se le puede encontrar en su blog de cine.

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