Hablando en corto y usando sólo la lengua muerta y la mordaza, todavía puedo decir postrero con las manos atadas a la espalda, y puedo decir pajarraco sin abrir las alas.
La puerta de mi dulce hogar tiene la madera podrida de golpes y humedad: ay, cómo sube la humedad por los muros de la cárcel. Voy de carrilano o de eventual o de postergado por la mala suerte o de marginal por mis querencias, pero cuido mi aspecto para que no digan que no tengo gusto o que no hay sangre azul en la familia.
Ahora mismo, ahora, se me podría poner la carne y la piel de gallina, pero no me da la gana. Por fin, después de presentarme, voy a decir unas palabras al personal, escuchad:
Sois anónimos y casuales, desordenados y feos, y vivís en tiempo real una vida innecesaria y plebeya. Despojados, amputados, sucios, fríos, insonoros y estériles: es cierto, pero siempre vais a caballo de vosotros mismos, por encima de la ceniza y de las sombras, con el orgullo grave, abstracto y arrebatado de una llama.
Os dirán que el alma es un asunto delicado y femenino, vagamente espiritual, pero yo os digo que es enorme y equina, poderosa como una máquina vieja que os arrastrará sobre las piedras hasta la sonrisa perfecta.
Os dirán que la vida tiene escaleras, pero os ocultarán los peldaños. Y querrán poneros los dieciséis frenos en línea, a cambio de un ataúd. Ellos son los cinco mil hijos de la puta suficiencia, y es su piel la que se va quedando atrás, en fuga, y los va dejando despellejados, solos, viudos, disolviéndose en la oscuridad con los huesos rotos de su esqueleto triste. Hasta que se apaguen con el viento frío de la noche. Ellos son una orquesta tonta que se arrojará al vacío tocando su marcha fúnebre, buscando la forma fatal de la tierra.
Pero vosotros, que rechazáis la simetría y buscáis lo impar y lo desconocido; que buscáis los túneles del futuro y la realidad herida del amor: no importa si coloreáis dentro o fuera de la página porque la muerte es todo lo que vemos despiertos. Vivid esféricamente, en todas direcciones, con la corona en la mano, como un regimiento de dioses, con la hormiga encendida y dos impactos al pie de la mirada urgente.
Todo tiene que colocarse en un orden casi fulminante, todo.
por Narciso de Alfonso
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