El otro día mis hijos miraban la televisión. Canturreaban las canciones que sonaban. Me senté junto a ellos y vi que seguían uno de esos concursos donde pretender descubrir nuevas voces, y me pareció «peligroso» -y espero que comprendáis el entrecomillado- que los protagonistas fuesen críos hablando de sueños en un plató de televisión frente a unos índices de audiencia en vez de estar fantaseando en las calles de su ciudad como todos hicimos más de una vez. ¿Es el signo de los tiempos?, no lo sé. Yo aprendí a amar la música en parte -aunque no la mayor- con la televisión, con programas en los que se emitía música, actuaciones, videoclips de bandas hispanas o foráneas. Ahora es diferente, tengo la sensación de que estamos creando una escuela correcta, intentando convencer al futuro de la música de que el esfuerzo, el sudor y las lágrimas no se cocina en el local de ensayo o sobre un escenario, sino haciendo interminables colas frente al recinto de alguna productora televisiva.

Pero no penséis que es algo de este país nuestro, cuyo funcionamiento me produce cada día más arcadas. De esta nación -y cada cual le de el significado que le de la gana al termino nación- de gente honrada abrasada por un sistema convulso y corrupto, por un mal endémico. Que en todas partes cuecen habas y permitidme que vuelva al ruedo musical, ya que he decidido dejar de lado hoy las noticias porque mi labio inferior me duele de mordermelo con la rabia acumulada ante tanto hijo de puta suelto. Como decía, el tratar de convertir el negocio musical en un espectáculo controlado en horas de máxima audiencia es algo exportado de otros países, que ni para eso somos originales. Por eso cuando caen en mis manos discos como este nuevo lanzamiento de Black Stone Cherry, y escucho en sus surcos todas esas influencias aprendidas tras horas de y horas de discos sonando, de conciertos y charlas alrededor de gente como tu, me siento reconfortado. Puede que los de Edmonton no hayan conseguido ese algo especial de sus primer discos, pero aún así son capaces de hacerme sentir bien, muy bien.

En este «Family tree» se reunen alrededor del fuego alimentado con hard rock, blues, gospel y sonidos americanos durante 13 canciones, que destierro a mi coche para que me acompañe durante carreteras sin fin buscando libertad, esa que solo se consigue cuando quien te importa te roza la mano y te sonríe sabiendo que al final, si, al final, todo saldrá bien. Miro por el retrovisor, aprieto suavemente el acelerador a la vez que ruge el riff de «Bad habit» que suena clásico por los cuatro costados. Sigue la misma carretera devorándome al ritmo de «Burnin» mientras recuerdo la primera vez que descubrí a bandas como Foghat. «New kinda feelin» no me termina de convencer y me hace bajar el volumen mientras busco conversación. Busco con ahinco los carteles indicadores y presiento estar entrando en la tierra de los hermanos Robinson y sus añorados The Black Crowes cuando subo el volumen ante el ritmo de «Carry me on down the road». Cierro la ventanilla, el frio recorre mi nuca, pero no es el viento, es el feeling que desprende «My last breath» que consigue erizar el vello de mi nuca. Las farolas comienzan a alumbrar mientras abandonamos la ciudad dejando una estela a la vez que «Southern fried friday night» va sirviendo como despedida y vuelta al asfalto.

Recogemos a un viejo amigo, Warren Haynes para que le de más vida a «Dancin in the rain». Marcha, mucha marcha nos mete en el cuerpo «Aint nobody» y sus coros y su riff me hacen agarrarme al volante, pisar, sonreír, disfrutar. Homenaje al padrino del soul, mezclado con riffs potentes es lo que nos dan con «James Brown». No podía faltar el blues hermanos, «You got the blues» y sus guitarras es nuestra jodida letanía. Voy acabando el viaje, pensando en el siguiente mientras los altavoces claman «I need a woman» y «Get me over you». Buen disco de estos tipos que se conocen de memoria los clásicos.

BLACK STONE CHERRY – Family tree

by: Carlos tizon

by: Carlos tizon

Licenciado en el arte de apoyar el codo en la barra de bar. Comencé la carrera de la vida y me perdí por el camino, dándome de bruces con el rock and roll. Como no pude ser una rock star, ahora desnudo mi alma cual decadente stripper de medio pelo en mi blog, Motel Bourbon.

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