Necesito un carné de silencios permitidos
que te vaya a buscar a casa antes que yo,
para evitar los golpes de tu palabra
que no iluminan el contorno de mi presencia.
Esta niebla son nubes tristes,
pero me queda poco para llegar al borde de mis ojos,
al de mi voz.
Recorremos el sendero interior atados a la luna,
con estrabismo en el lenguaje.
Esta, caprichosa, se ilumina a sí misma
y de su propia luz en la noche hace deferencia,
permitiéndonos escribir de la otra orilla.
Nos quedamos a medias.
Sólo acariciamos el anverso de las páginas.
Tras el presente hay muchas vidas
y tiene varios pisos.
Es un aspecto que ya no duele,
porque no puede hacerlo más.
Pero me doy cuenta de que la lluvia y las ventanas,
el aire y la piel,
los fines de semana y los sueños,
hacen buena pareja.
Recorrer la vida o tus caminos.
Y las nubes, siempre presumiendo de altura.
Intento olvidar el tiempo para llegar al presente,
porque escribir de los recuerdos me inmoviliza.
En el presente hay espontaneidad
que proporciona sensación de libertad
al de enfrente, al que no la usa,
dejándole arrinconado,
en silencio con sus telarañas.
No quiero a nadie en mi vida,
me falta un idioma para poder amar
y un justificante médico de presencia
que no sea mi voz.
Pero este alma encerrada fue levadura para su espíritu.
¿Con qué veo tu ausencia?
Sólo tú supiste ser extrañamente igual a mi,
a mi hace un tiempo
cuando comencé a desdibujarme en tu memoria
Sólo tú dejas escapar el aroma del secreto,
mostrando su escondite.
Sólo tus palabras van por delante de tu mirada.
Y me molesta que las flores sólo miren al sol.
Deberían cerrarse al ser descubiertas.
Dime, ¿Por qué no se olvidan las canciones?
Si me preguntas si sé de música,
te diría que su sonido tiene todas las puertas abiertas
y que los que han ido a buscarla,
descansan en el arco iris, de vez en cuando
porque siguen dibujando con ahínco la forma de lo inexistente
y les duele. Es lo único que les queda.
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