¡Sencillamente me siento totalmente abrumado!. Me siento abrumado ante el trabajo de Fausto Taranto. Ya esa portada consigue hacerme sentir su magia, su raza, su mensaje oscuro y tan nuestro. Es solo la entrada, la maravillosa píldora que te introduce en el mundo de la banda, en sus canciones, su música y su letra. Y me siento como una especie de Alicia en el País de las Maravillas, porque este «El reflejo del espanto» es una continua espiral de emociones puestas en bandeja, en surcos, para que cada estrofa, cada nota, cada verso, cada palabra, se te adhiera a la piel. Me desprendo de mis ropajes terrenales, me confío a la suerte en una cueva del Sacromonte. Me pierdo en los ojos de la gitana mientras me preparo para el ritual al son de la música y mi espíritu se asoma mirando a La Alhambra con la esperanza de que su recuerdo perdure para siempre en mi retina, en mi memoria, como espectro de tiempos pasados, de tradiciones que perduran ocultas tras los cuadros abstractos de la modernidad, tras los pasos escondidos de los que poseen la sabiduría de los viejos secretos de antaño.
Comienza la orgía sonora, «Malos días» hace de presentador, de guía iniciático de este viaje sonoro por el norte y el sur, por la fuerza técnica del metal progresivo y la fuerza desgarrada del flamenco, como pócima tomada en la Glorieta de Los Lotos recibiendo la bendición de los mejores profetas del rock andaluz. «La verea» me atrapa sin remisión, su línea vocal, su letra, poesía habitando debajo de la piel entre la calma tensa de la canción. «De espera y de boca» es la CANCIÓN, si, así en mayúsculas. Ese comienzo, con el taconeo de Fuensanta «La Moneta» que se va fundiendo con la percusión antes de que entre ese riff metálico, ese ritmo casi hipnótico, Camarón sobrevolando con su espíritu inmortal como un hechizo a base de romero. ¡Genial!. «Introducción al naufragio» nos lleva en volandas a la fuerza de «El naufragio» donde brillan los elementos progresivos de la banda como colchón a la fantástica voz de Ismael De La Torre. Musicalmente el disco es una maravilla, esos desarrollos, y una batería capaz de abrazar distintos y complicados ritmos, a cargo de Adrián Barros, sin dejar de nombrar a Paco Luque (Guitarra), Quini Valdivia (Guitarra) y Miguel Martinez (Bajo), porque todos están a un nivel espectacular.
«Versos sellados» es otra joya dentro de este disco, repleta de sentimiento, dejándose llevar por esa voz desgarrada a la que se une la de la cantaora Alicia Morales creando pura magia, junto a un solo tremendo. «Y no duela» es directa, como una puñalada certera, con una letra «dolía», y una alineación cercana a unos Medina Azahara más contundentes con esos constantes cambios. «La Guadaña» y ese protagonismo importante del bajo de Miguel, junto a un estribillo imponente, que en directo tiene que ser una auténtica bomba de relojería y una letra, incido de nuevo en ello, fabulosa. «El lobo feroz» forma un todo compacto, esa armonía cargada de dolor. Cierra esta maravilla de disco la canción «Por rezarle a los dioses», que digo canción, maravilla de ritmo acompasado, duende flamenco de trobador de noche «granaina», clara muestra de la valentía y talento de Fausto Taranto. Un disco descomunal, futuro y presente del rock andaluz, para degustar con intensidad y atención.
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