Reconozco que una vez sentado frente al ordenador, tengo que pensar dos veces antes de comenzar a escribir la crónica de lo vivido el viernes 9 en El Puerto de Santa María con motivo de la visita a la ciudad de Burt Byler & The Bearded Souls, que se presentaban en la Sala Milwaukee con su reciente ep «Castle of corruption» debajo del brazo, dispuestos a demostrar que en directo, las canciones que lo componen suenan tan bien como en disco. No se si la gente realmente quiere conciertos. Podemos justificar que a escasos cien metros, discurría otro concierto, algo que para el poder de convocatoria que parece tener la música en vivo en esta ciudad, puede ser excesivo, pero que luego viendo todos aquellos que juran y perjuran sentir amor por la música, uno hace cuentas y deberían de registrarse unas entradas más que aceptables cada vez que alguien apuesta por programar música en vivo. No es cuestión de criminalizar a nadie, cada cual con su tiempo hace lo que le da la gana, y no siempre uno puede acudir cada vez que se monta algo, el problema es cuando la falta de público se convierte en algo reiterativo, cuya consecuencia máxima al final, es que un día (como ya ha ocurrido en algunos casos), el promotor se canse y decida poner punto final.
El caso es que Burt Byler & The Bearded Souls se presentaban en la ciudad con las ilusiones intactas a pesar del panorama. Mientras se iban acercando personal al concierto, tuve la oportunidad de charlar casi media hora con la banda, de música, canciones, mil cosas que me mostraron estar ante unos tipos estupendos, no solo con sus intrumentos. Josh Brister (aka Burt Byler) es un tipo de la vieja escuela, de esos que cree que la constancia en la base del triunfo, que prefiere ser un corredor de fondo antes que the next big thing, y por eso ha decido forjar la unión de una banda en la que cree junto a Jonatan y Charlie, recorrerse cada garito donde puede mostrar su arte y mostrar la misma pasión con el local lleno o vació, aprender de cada experiencia e ir añadiendo muescas a su guitarra.
A las once y media comenzaba el concierto con «Down to the river» y «Come on in», con el trío sonando realmente bien y un punto más rockero en su sonido con respecto al disco, algo que la misma banda me había comentado antes, que para el directo, habían contemplado bien la opción de los acústicos o de subir las revoluciones, optando por la segunda, y que después de comprobar como suenan en directo todo un acierto, sin lugar a dudas. Suenan «Glory land», «Hoochie coochie» y la canción que da nombre al ep, «Castle of corruption» que Burt dedica a Donald Trump. Nos cuenta como ha abierto los ojos ante el sufrimiento de la gente, y como quiere denunciarlo con su mejor arma, las canciones que es capaz de componer. El público, no abundante pero si entregado, aprecia y agradece la entrega y la calidad desde el escenario. Antes de un pequeño descanso (el calor era excesivo) suenan «Unknown legend» y «Cakewalk».Vuelta al escenario, unas risas y siguen desgranando canciones. La voz de Burt suena realmente bien en directo y es destacable la técnica de Jonatan a la batería, junto a la fuerza que imprime Charlie, el bajista. «Sweet home chicago» en el que cambia la estrofa por Sweet home España, «Gimme something», «Slave dog» y «Won’t back down» ponen punto final a un concierto que se hizo excesivamente corto, señal de que lo estábamos disfrutando. Ojalá les vaya muy bien y que la próxima vez que vengan se encuentren con una sala llena, lo que está claro, es que todos los que estuvimos allí aquella noche nos convertimos a su causa.
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