El inglés Neil Gaiman es uno de mis escritores de cómic favoritos junto con Jodorowsky, Frank Miller y Alan Moore. Todos ellos contribuyeron a elevar el cómic a cotas totalmente insospechadas. Sin embargo, a todos ellos el formato del cómic se le ha acabado quedando pequeño y han dado el salto a otras disciplinas. Tanto en sus trabajos en cómic (The Sandman), novelas gráficas para adultos o para niños (Coraline) como en sus libros, Neil Gaiman se muestra como un hábil escritor que recurre a constantes referencias culturales de todo tipo. Gaiman es un erudito que adapta mitos ancestrales a temáticas modernas consiguiendo que el lector aprenda y se divierta a partes iguales. En su obra más paradigmática, The Sandman, Gaiman se sirve de todo tipo de leyendas, mitos y personajes históricos para crear un fascinante universo propio en el que magia y realidad se dan la mano magistralmente. Quizás Gaiman sea el autor moderno que mejor ha sabido entender y adaptar lo clásico.
American gods tiene una premisa de lo más atractiva, como no podía ser de otra forma viniendo de su autor: enfrenta conocimiento y superstición, lo moderno frente a lo antiguo. Una creencia, por muy estrafalaria que sea (ahí están la cienciología o los islamistas radicales), tiene más poder cuanta más gente cree en ella. Es el ser humano quien con su fe dota de poder a una creencia. En la antigüedad, los mitos y leyendas (que luego evolucionaron a religiones) daban apoyo al ser humano, le confortaban en la fría y oscura noche de la ignorancia. Pero ahora esas creencias ancestrales han sido sustituidas por las nuevas tecnologías cuya única finalidad parece ser el entretenimiento y así distraer al ser humano de lo realmente importante. Se adoran nuevos dioses, vellocinos de oro con forma de jugadores de fútbol, estrellas de cine, cantantes, armas de fuego, internet, dinero o un largo etcétera.
Cuando me enteré de que la cadena Starz iba a adaptar a televisión la novela American gods de Neil Gaiman no pude evitar mi alegría. Vale, Starz no es HBO, pero menos es nada. El universo de Gaiman es demasiado complejo y rico como para ser comprimido en una película, necesita de más tiempo para desarrollarse y el formato televisivo parece el ideal para su obra. Sobre todo ahora que la televisión está viviendo una época dorada en la que propuestas arriesgadas y de calidad están teniendo el beneplácito del público.
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Lo primero que a uno le asombra de American gods son unos impactantes títulos de crédito con la música de Brian Reitzell. ¿Que significan todos esos elementos modernos que parecen formar un tótem moderno? Una vez visionados los 8 capítulos que forman la primera temporada, puedo decir que American Gods, la serie, no ha cumplido todas las expectativas. El mundo de Gaiman está ahí pero la serie se resiente de una narración confusa. Mientras Gaiman en su libro crea un mundo absorbente, Brian Fuller, autor de la también irregular Hannibal, no logra atrapar al espectador. Fuller es un buen creador de imágenes oníricas y ambientes bizarros, pero sus productos pecan de tramposos. Por muy buena que sea la premisa (que lo es) si está mal narrada (o el espectador sospecha que le están tomando el pelo) pierde buena parte de su efecto. Fuller nos da información con cuentagotas retrasando en exceso el meollo de la trama, llegando a exasperar al sufrido espectador. Sobre todo si uno ya sabe de qué va la cosa. Como os habréis dado cuenta, no estoy dando excesivos detalles de la trama, mejor irlo descubriendo por uno mismo. El espectador asiste a unos personajes y unos acontecimientos que no entiende y, lo que es peor, más que intrigarle le sumen en una confusión parecida a la del personaje de Shadow Moon. A esta singular road movie le cuesta arrancar y cuando lo hace es descolocando al espectador. Por suerte, la confusión reinante en la cabeza del espectador no le impide disfrutar de otros aspectos muy destacados de la serie. Ahí están esas introducciones de cada episodio (alguna de ellas fascinante) en las que se narra la llegada a América de los distintos mitos y leyendas. Como buen crisol de culturas, América recibió a sus pobladores y a las creencias que éstos traían con ellos. Acierta la serie al presentar ciertas historias paralelas a la trama principal que enriquecen el conjunto, dando la idea de formar parte de un todo homogéneo. Pasajes como el de la partida a las damas, la limusina, la comisaría o el pueblo de Vulcan bien valen la espera hasta empezar a entender de qué demonios va todo esto.
¿Los actores? pues están correctos, sin que ninguno sobresalga especialmente. Ian McShane aporta su experiencia a un personaje que le viene como anillo al dedo. Reconozco que ni Ricky Whittle ni Emily Browning me resultan estimulantes en sus personajes. Personalmente, me quedo con esa pareja tan especial formada por Gilliam Anderson (la inolvidable Scully de Expediente X) y Crispin Glover (probablemente el actor vivo más problemático del mundo). En cuanto al apartado visual, es correcto pero algunos efectos especiales son mejorables.
Resumiendo, esta primera temporada ha dejado un sabor agridulce, tiene hallazgos heredados del excelente punto de partida pero la narración chirría a veces. Aún así creo que vale la pena aunque solo sea como introducción al mundo de Neil Gaiman.
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