“Negación” es una película que es mejor en el fondo que en la forma. Lo que cuenta es más interesante que como lo cuenta. Me explico. Lo que narra es poderoso e injustificado, ya que el nudo central es la demanda por difamación del negacionista David Irving a la profesora de universidad Deborah Lipstadt, a cuenta de un libro sobre el holocausto donde descubría las patrañas de estos historiadores admiradores de Hitler que negaban tanto la “solución final” como la responsabilidad del “führer” en el exterminio sistemático de judíos en la Segunda Guerra Mundial. Unos mimbres con los que se podía tejer una obra redonda y casi definitiva, pues a la fuerza de la historia se suma una cuidada producción de la BBC y un reparto magnífico. El problema es la rutinaria realización de Mick Jackson, con una puesta en escena mecánica, con muchos de los defectos de los largometrajes para la televisión. Es lo que lamina las posibilidades de “Negación” de convertirse en una obra que trascienda en el apasionante mundo de las cintas que tratan sobre juicios como “Vencedores y vencidos” de Stanley Kramer, “Tempestad sobre Wahington” de Otto Preminger, “Testigo de cargo” de Billy Wilder o “Doce hombres sin piedad” de Sidney Lumet, por poner algunos ejemplos.
Parece claro que Mick Jackson se ha encerrado en la pequeña pantalla tras sus dos mayores éxitos en la década de los noventa como fueron “El guardaespaldas”, un “taquillazo” en toda regla que todavía se mantiene vigente con el musical y las canciones de Whitney Houston y, en menor medida, “Vulcano”, una de esas de catástrofes que proliferaron a mediados de esa década como “Un pueblo llamado Dante´s Peak” o “Deep Impact”. Con esta está intentando reverdecer esos viejos laureles, creando su obra maestra pero por desgracia está lejos de ello limitándose a filmar una correcta película, entretenida y que nos hace reflexionar sobre el tema, ya que hasta hace poco menos de veinte años todavía se negaba categóricamente la existencia de los campos de exterminio nazis, al no haber una prueba sólida, ya que los alemanes se dedicaron a destruir las cámaras de gas y los crematorios para no dejar constancia de la infamia y como es lógico tampoco existen fotografías de aquella aberración. Para ello recomiendo leer el extraordinario especial realizado por Fernando Palmero y José Sánchez Tortosa para el periódico “El Mundo” titulado “Viaje al holocausto” (http://www.elmundo.es/especiales/2010/01/internacional/viaje_holocausto/chelmno.html), un trabajo donde se cuenta la visita a los campos de exterminio y trabajo más letales del régimen del III Reich, diferenciando a los cinco campos de exterminio (Chelmno, Belzec, Majdanek, Sobibor y Treblinka), campos diseñados como “fábricas de muerte”, lugares concebidos solo para el exterminio masivo. Por eso separo a Auschwitz, ya que si bien es cierto que Birkenau es donde se gaseaba y quemaba a los presos, el resto del complejo estaba pensado como campo de concentración y trabajo.
Producción cuidada y bien ambientada con un reparto que funciona encabezado por una siempre espléndida Rachel Weisz, el sobrio Tom Wilkinson y un Timothy Spall magnífico como el negacionista David Irving, un hombre convencido de su postura y al que le daba igual los datos, ya que los manipulaba a su antojo para conseguir las conclusiones que le interesaban. Le vemos seguro de sí mismo, padre de familia, estudioso y con cierta tendencia al espectáculo. De hecho al juicio se presentó él solo contra una pléyade de abogados que le masacraron sin piedad con una estrategia inteligente que evitaba citar a supervivientes y a la propia demandada y que deja claro que la labor del historiador es intentar ser siempre riguroso y contar los hechos como fueron, sin valoraciones ideológicas. Cosa cada vez más complicada de ver en estos tiempos donde la llamada posverdad “campa a sus anchas” y donde se enjuicia el pasado con ojos de ONG del siglo XXI o con opiniones que más parecen vertidas por una ideología radical pero con vocación de entrar en los libros de texto. Lo que siempre ha interesado a los políticos; adoctrinar y decir al pueblo lo que debe pensar. Casos hay muchos. Por ello la labor del historiador serio debe ser la de convertirse en un mero espectador de los hechos que estudia, nunca un actor.
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