Mientras compruebo como va avanzando la semana de pasión propia de esta cultura nuestra, y yo a pesar de mis creencias no suelo ser muy participe de la estación de penitencia, es más, de momento, solo he visto una procesión y por el hecho de que ha pasado por debajo de mi balcón, lo cual no evita que lleguen ecos de magnas demostraciones revestidas excesivamente de hipocresía de aquellos que afirman vivir bajo unos valores que a la hora de la verdad no ponen en práctica en su vivencia diaria. Por eso, cambio las bandas de cornetas y tambores por mi propia banda sonora para esta Semana de Pasión y Dolor, en la que como primer desfile sacrosanto travestido de rock pantanoso e idolatría de riffs marcados, me traslado hasta 1995 para hacer sonar como plegaria el primer álbum que editaron Down. Con el metal en una encrucijada y Pantera confirmados como la gran esperanza blanca que debía llevar el universo de riffs y mala leche hacia el futuro, nace bajo la consigna de super grupo Down, que en su seno ve unir fuerzas a un Phil Anselmo, que puede ser odiado y amado a partes iguales, en continua confrontación entre su actitud y talento, pero al que nadie puede negar el ser uno de los vocalistas más carismáticos del metal de las últimas tres décadas.
A su lado Peeper Keenan de Corrosion of Conformity, uno de esos guitarristas que si bien no alcanzará el olimpo de los maestros de las seis cuerdas por su virtuosismo si que es uno de los mejores constructores de muros alquitranados de riffs ante el que uno se puede postrar a rendir pleitesía. Acompañados por Kirk Windstein y Todd Strange de Crowbar y Jimmy Bower de Eyehategod, acompasados por el talento creador de Keenan y Anselmo, construyeron un pilar fundamental de metal mastodónico, con efluvios pantanosos, y ese caldero de stoner y doom, con la bendición majestuosa de Black Sabbath, que nos dejó boquiabiertos con este «Nola». Desde la inicial «Tempations wings» y ese riff gigantesco, la voz de Anselmo que luce de manera descomunal durante todo el disco y esa batería que abre la puerta hacia el monte del Calvario, dando una lección a través de esta grabación que ningún batería debería dejar pasar.
Igual ocurre con «Lifter», que transmite esa sensación de que para ser más heavy que el diablo a veces no es necesario ser el más veloz sino el más contundente y para eso la sección rítmica es fundamental. Esa aceleración que muestra la canción te deja sin aliento. «Pillars of eternity» me arrastra, me vuelve loco, saca los clavos de mis manos de una figurada crucifixión para que me pierda entre su ritmo demoledor. De la tensa calma que representa «Rehab» pasamos a esa demostración musculosa que es «Hail the leaf» o la pantanosa «Underneath everything» con un riff y una batería que se fusionan de forma que no permiten fisura alguna. «Eyes of the south» camina de la mano de esa línea de bajo mientras la guitarra se muestra de sabor añeja hasta que el riff vuelve a dominar mientras esos cambios te vuelven loco.
«Jail» es ese necesario viaje hipnótico, entre humo y nebulosas. «Losing all» vuelve a situar en primer plano la distorsión. Llega el que todo el mundo reconoce como el primer plato fuerte de la noche (que con el nivel que se gasta este disco, decir eso es muchísimo) con «Stone the crow», esa reminiscencia sureña, una guitarra preciosa en todos los aspectos y un Anselmo que lo borda. El inico de «Pray for the locust» con esos apergios, y esa melodía que son capaces de construir es el puente perfecto a «Swang song» y ese riff de apego a los noventa en el que fue concebido junto a la brutalidad que el tema desprende. Llega el otro plato fuerte, «Bury me in smoke», ese riff para enmarcar, el ritmo que marca la batería, Anselmo, siempre Anselmo, sencillamente imprescindible. Un disco que no puede dejar de sonar en cualquier época, en cualquier situación y con una contraportada que bien vale un imperio.
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