Hay veces que sorprende lo inversamente proporcional que es la edad de los músicos con el tiempo que atesoran en su marcador sus influencias. Afortunadamente, el rock no mide en días ni lunas las canciones ni los discos, y el sabor añejo termina siendo primer plato de actualidad para diferentes generaciones. Buen ejemplo de este rock de futuro aprendido del pasado es el de los murcianos Moody Sake, que con su e.p. se meten sin remisión en busca de esos sonidos tan propios del rock de los sesenta y los setenta, a la vez que dejan correr vientos procedentes de los 90 y esa agudeza ruda propia del stoner rock, como bien queda claro en las cuatro canciones que conforman este lanzamiento. El trío fusiona la contundencia desértica de los mejores Kyuss junto a la electricidad propia de los tríos setenteros como Cream o el hard rock iniciático de Led Zeppelin o Grand Funk Railroad.
Moody Sake se forman en 2015 por Toni Pérez y Ginés Guzmán, completando el trío Jesús Cuenca. Esa guitarra potente, junto a una base rítmica muy marcada son la carta de presentación de «Last rhythm of boogaloo», una canción con muchísima energía y un marcado acento blues. «Lucille» posee una base muy contundente, un sonido de guitarras que atrapa y la voz como vehículo principal manteniendo ese trasfondo donde se dan la mano todas sus influencias. «Mexican tattoo» es puro rock setentero, desde la melodía vocal, a ese ritmo marcado, con una aspereza inusual en su sonido.
Atentos, esa armónica que anuncia la venida de «Snakes & shakes», un blues rock infeccioso, de cadencia setentera, que te explota en la cara y del que ya no puedes bajar. Gran futuro el de estos tipos, jóvenes y curtidos, dispuestos a rockear sin fin.
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