A pesar de que el aspecto de la sala El Sol pasadas las diez de la noche, sin gente haciendo cola a las puertas, era desolador, media hora después el ambiente se caldeó. Para los temerosos de siempre -los que rabiamos por que no se valore a músicos como este como merecen- supuso alivio. Significó que la insistencia y algo de boca a boca funcionó. A pesar de ser un miércoles. A pesar de la nocturnidad de una sala que vive al margen de la vida laboral de sus clientes. John salió con la sonrisa puesta.
Acompañado de músicos de Memphis y Nashville, cunas del rock y el country americano, el carismático John Paul Keith, con gafas antiguas, raya inmaculada y chaqueta informal, acometió su repertorio con porte natural, sin parar de bailar sus propias composiciones, aprovechando cada segundo para alejarse del micro y dejarse llevar por el ritmo. Sus canciones, que son eso (ritmo) y mucho más, se diferenciaban entre sí a pesar de la velocidad de sucesión gracias al dominio de los diferentes estilos con que tanto banda como compositor, cantante-guitarrista y frontman cuentan. Del country rock -oh… «Ninety proof kiss»- al rythm & blues, pasando por el rock de los cincuenta y otros tantas etiquetas, sin despeinarse.
El rubio apenas hablaba entre temas, si acaso presentando a la banda, haciendo alguna broma, o pidiendo participación al público que, una vez habían sonado «True hard money», «You really oughta be with me» y «Everything’s different no», se prestaba a lo que hiciese falta. Una vez asimiladas las habilidades de Keith a la voz, la pose y la guitarra -esta última la más destacada-, no quedaba otra que dejarse arrastrar a ese mundo de garitos nocturnos, chicas y carretera.
Los músicos, hijos de semanas enteras de conciertos en escenarios pequeños a los que no les cuesta adaptarse, disfrutaron tanto como nosotros del calor mutuo, sonriendo y dando mucho de sí mismos, como seguramente harán cada noche en sus ciudades de origen donde todo esto es tónica general. Los temas olían a autenticidad, así como sus gestos. El sonido de El Sol, como es habitual, de notable para arriba, redondea el ambiente permitiendo que todos se luzcan, que todo suene real, desde los coros a los duelos entre teclado y guitarra.
Muy celebradas los temas nuevos, a editarse en 2017, así como los habituales en su repertorio y de los que tan orgulloso se le ve, como «Walking along the lane» y «Pure cane sugar». A pesar de que el público no pareciese conocer ni unos ni otros, movidos hacia allá en su mayoría por mezcla de recomendación y curiosidad, las voces presentes se acababan multiplicando a medida que se repetían los estribillos, al igual que ocurrió en el Azkena 2015. Pocos sucesos in-situ puedo imaginar más satisfactorios, ni para el músico ni para el público curioso.
Tras cerca de dos horas de show y un rápido descanso antes del bis, John Paul Keith & band se despidieron con un «Baby we’re a bad idea» que nos hizo bailar un poquito más, a pesar de las horas y de haberlo hecho desde los primeros temas. Entusiastas aplausos y alguna atrevida petición de más. Son muestras de satisfacción y expectativas cumplidas. Un concierto estupendo.
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