Noche de lujo melódico la que abrían Romeo’s Daughter, recordados por su estupendo debut del 88. Comandados por la potente y bien conservada voz de Leigh Matty, esta banda nacida en los últimos 80 apoyó su setlist de cuarenta minutos tanto en sus clásicos -potente apertura con «Heaven in the back seat»- como en su reciente Spin, cortes de este último como «Touch» o «Graveyard» menos celebrados. Gracias a la garganta de Matty y a un estupendo sonido (teclados enlatados incluidos), el breve recital resultó entretenido, con algún que otro momento emocionante como el «Cry myself to sleep at night» y, sobre todo, el épico «Wild Child» con el que se despidieron en el punto más alto del show.

A los temas más recientes y menos conocidos no les vendría mal una mayor entrega por parte de la banda. Tanto guitarrista como bajista permanecieron clavados como estatuas con despreocupación, dejando a Leigh cargar con un peso demasiado grande. De cualquier manera, la primera visita de la banda a España fue una gran oportunidad para degustar en directo algunos temas que, olvidados por muchos, son profundamente recordados quienes anoche llenaban la Changó. En ese sentido, no creo que decepcionasen.

Si FM ya son apuesta segura, en esta ocasión, con la regrabación de su debut como gran reclamo, podríamos jugarnos hasta el último céntimo. Sorprendieron abriendo con «Diggin up the dirt», navegando sobre un sonido nítido, cercano a la perfección, destacando entre los músicos unos teclados presentes, sin eclipsar al resto, la desgarradora guitarra de Jim Kirkpatrick y, por supuesto, la cálida voz de Steve Overland, su sonrisa y su carisma. Pasando del pie de micro a la guitarra según se le antoja, Steve es elegancia, carisma y voz.

El setlist, basado casi enteramente en sus obras más celebradas (Indiscreet y Tough it out), fue interpretado sin apenas interrupciones, con una profesionalidad apabullante, un sonido que ojalá disfrutásemos en todas las salas madrileñas, y una entrega por parte del público acorde al espectáculo. Con un repertorio basado en hits y un público agarrado con orgullo a la nostalgia, el concierto sólo podía salir bien. FM aparte de canciones, ofrecen experiencia. Treinta años de carrera se pueden vender con chulería o con profesionalidad. No estamos ante un primer caso. Estos músicos que, en su mayoría, pasan de los cincuenta, tomándose muy en serio su trabajo -la base rítmica de Goldsworthy y Jupp aguanta lo que le echen-, disfrutan del calor del público como el primer día. Hay sonrisas que no se pueden fingir, y las suyas, de pura complicidad, dicen tanto como su música.

Como un continuo crescendo, el concierto avanzó con brío hasta los hits más potentes, como «Tought it out» y «That girl»; todo tan bien planeado que, cuando iniciaron el bis con una preciosa «Story of my life» prácticamente a capella, nadie fue capaz de abrir la boca. Remataron con «Other side of midnight» y la cachonda «American girls», toda ella rodeada de risas y celebración. Una cierre apropiado para el aniversario de un clásico, para una noche redonda en la que FM se mantuvieron a la altura de las expectativas: tienen, sin duda, uno de los mejores directos del mundo melódico.

Fotografía de Raúl Blanco.

Setlsit de FM

Digging up the dirt
I belong to the night
Life is a highway
Let love be the leader
Frozen heart
Someday
Face to face
Love lies dying
The heart of the matter
Hot wired
Bad luck
Tough it out
That girl
Burning my heart down
—————————————–
Story of my life
Other side of midnight
American girls

by: Edgar

by: Edgar

A la música le dedico la mayor parte de mi tiempo pero, aunque el rock me apasiona desde que recuerdo, no vivo sin cine ni series de televisión. Soy ingeniero informático y, cuando tengo un hueco, escribo sobre mis vicios. Tres nombres: Pink Floyd, Led Zeppelin y Bruce Springsteen.

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