Leo por ahí a gente clamando que los tiempos están cambiando. Dicen, afirman, reniegan, imponen. A Dylan le han dado un Nobel, como si ese premio tuviese algún valor después de ver los energúmenos premiados años atrás en el apartado de la paz. Yo no entro en juicios de valor sobre si Dylan lo merece o no, porque me parece loable tener una opinión propia sobre el merecimiento ajeno, pero me hastía el debate, comprobando el nivel chabacano de los que atacan dicho nombramiento y de los que lo defienden como un ejercicio propio de onanismo eclesiástico, ambas facciones tirando de una misma cuerda llena de mierda, abrazados ideológicamente a aquello del respeto por lo que pienso y desprecio por lo que piensas tú. Pues no, los tiempos no están cambiando, ya han cambiado hace mucho, al menos en el mundo del rock and roll, que es lo único que viene a cuento en este momento, leyendo este artículo de opinión travestido como reseña discográfica.
No me voy a tirar al río de la corriente fácil, diciendo aquello de que si The Brew hubiesen aparecido décadas atrás ahora serían unas putas estrellas del rock and roll, porque eso no lo sabremos jamás. La gente del rock muchas veces es especialista en idolatrías a aguas pasadas incrustadas en lecciones sobre autenticidad y conocimiento supremo pero, a la hora de la verdad, dejamos pasar las jugadas mientras miramos lo que hace alguno cerca nuestra. Mira a los Blue Cheer, a ver cuantos juran por su madre no quitarse sus camisetas ni para echar un polvo, y cual fue su escalafón real en base a números, no a fans trasnochados que ahora se apuntan a un bombardeo detrás de un teclado de un ordenador.
Que Jason Barwick es un guitarrista inmenso, que la banda suena de puta madre, y que facturan discos que ya le gustaría a más de uno decir que son suyos, es una realidad, le duela a quien le duela, le joda a quien le joda. Que son una de las mejores bandas de hard rock de sonidos clásicos que ha parido en los últimos tiempos el Reino Unido, es cierto, y que en directo -que por cierto, pronto estarán de nuevo por nuestras– son una apuesta segura, un auténtico ciclón. A ver quién tiene cojones de discutirlo. Suenan más potentes en este disco. Odio la palabra maduro, no somos frutos de ningún árbol. Lo que suenan es con más ganas que nunca.
Canciones como»Rock and roll dealer» son un chute directo a la vena, de esos que me ponen a cien y que solo sé alimentar agarrándome fuerte a una cerveza bien fría. Suenan de puta madre canciones como «Knife edge», «Black hole soul», energéticas como un puñetazo en plena cara. También saben dosificar fuerzas en «Name on a bullet», aunque esa base rítmica es una puñetera explosión nuclear en medio de un desfile. Que sí, que seguro que por vuestra cabeza sobrevuelan nombres y más nombres al escuchar sus canciones, ¿y?, si es que estos tíos escuchan los mismos discos que a ti y a mi nos vuelan la cabeza.
Discazo, hermanos. A mí me la ponen dura cuando atacan sus canciones y, con eso, que queréis, pero para mi es lo que cuenta.
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