palaceMi primera experiencia con Palace of the King aconteció en octubre del año pasado en la sala Garaje Beat Club de la capital de la Región de Murcia. Servidor tenía la intención de ver a una de las bandas locales con más presente y futuro de nuestra Región y quién sabe si de nuestro país como son The Purple Elephants y desconocía la existencia de estos australianos. Hace poco, Neil Young en una entrevista concedida a un medio británico, declaraba que se había perdido la tradición en Norteamérica de ir a ver a las bandas locales tocar, independientemente de la fama o emolumentos de ésta. Lo que no sabía el genio canadiense es que, lo que en Norteamérica bien podría ser fruto de un cambio generacional y  cultivo de un cierto desdén por los ritos atávicos de padres u hermanos, en España directamente es un problema endémico cuyas raíces se encuentran no sólo en un problema derivado de la dramática situación en que se encuentra la cultura en nuestro país, sino también del espíritu del español, poco dado al progreso.

Una vez que la banda murciana terminara de actuar, perfilando un buen recital no exento de defectos que, afortunadamente, pulirían en conciertos posteriores, era el turno de Palace of the King. Para muchos de los allí congregados, aquella formación australiana era una incógnita, y como tal, fueron recibidos con cierto escepticismo. Sin embargo, les bastaron apenas veinte minutos para despejar cualquier tipo de dudas, demostrando la enorme calidad que atesoraban en el escenario. Después de un primer EP editado en el año 2014 y una ópera prima como White Bird/Burn lanzada el pasado el año con las alabanzas y lisonjas por parte de las páginas especializadas, el segundo álbum lo afrontaron con la seguridad de quienes saben que disponen de las mejores cartas desplegadas en ese complejo tapete que es el juego de la música y el Rock en particular.

Palace of the King, al igual que sucede con Navarone o Wild Adriatic, practican una música cercana, jugando a la perfección con la Psicodelia de Cream y las potentes guitarras de Led Zeppelin. Para ponderar cada una de las influencias del conjunto es preciso recurrir, también, a las vivencias en una tierra baldía como exuberante, donde los ritos tribales de los aborígenes, conforman los vestigios de un país engalanado con su propia historia casan a la perfección con   la herencia de AC/DC. Palace of the King, con su segundo álbum Valles Marinaris, bosquejan un ideario musical donde dialogan y acotan distancias con los citados Led Zeppelin o The Black Crowes.

Cortes como, por ejemplo, The Bridge of the Gods o Empire of the Sun, son el punto de partida para que unas guitarras crujientes avancen por todo un entramado musical en el que el hammond, del mismo modo que hiciera Jon Lord en los álbumes Stormbringer o Burn, sirve de metrónomo de los demás instrumentos. El cimbreante bajo de We Are the Vampires, así como las cadencias sonoras de la batería y las centelleantes seis cuerdas de Empire of the Sun –Led Zeppelin puro y duro con lo mejor del conjunto de los hermanos Robinson en Amorica o Lions– protagonizan, sin ningún tipo de dudas, los mejores momentos del álbum.

No se detienen ahí, no obstante, los aciertos del combo: en River of Fire, por ir cambiando de tercio, el conjunto australiano recuerda a los Beatles de Come Together y los Vanilla Fudge y Ten Years After en Throw Me to the Wolves e Into the Black, perlando un álbum repleto de clase, estilo, personalidad y, sobre todo, de elegancia. En tiempos como los que vivimos, que bandas jóvenes apuesten sin ambages por el menos por menos es más y, además, les salga bien, es digno siempre de agradecer.

PALACE OF THE KING – Valles marineris

by: Alex Palahniuk

by: Alex Palahniuk

Veinticuatro años. Estudiante de Derecho, amante de la música, la literatura, el ensayo y apasionado de la escritura.

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